Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
Por montera
SI hemos de ser justos hablemos claro. Es cierto que la ministra Ana Mato confiesa no haber sido dotada de ser la mejor comunicadora entre quienes suspenden entre sus manos las carteras ministeriales del Gobierno. Como también es cierto que es una de las ministras más valoradas por el presidente, quien confió en ella para el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Ana Mato es una mujer que se dedica a trabajar y los resultados de su ministerio la avalan. Pero todo logro puede verse derrumbado por una mala actuación como la que se produjo en su primera rueda de prensa cuando quiso, tan sólo a media hora de haberse enterado de que se había producido el primer caso de ébola -fuera de África, en España-, comunicar a la sociedad dicho hecho.
La ministra salió vestida de negro ante los medios escoltada por los médicos expertos en el caso que debían abordar: el de Teresa Romero. Salió de negro porque ese día en su agenda no tenía previsto ningún acto público. El negro no es un color que suela usar para vestirse, pero así se escribe la casualidad. Era día para el despacho, pero la coyuntura desvió los planes. Su prioridad era comunicar que una enfermera se había contagiado por ébola y con la mínima información se expuso ante las cámaras. Ella no es médico, por lo que dejó que fueran ellos quienes explicaran los detalles del caso. En el colgador de su oficina prendía el abrigo con el que llegó a trabajar, pero era blanco. Valoró, por un momento, cubrirse la ropa negra con él, pero no le pareció oportuno lucir así para anunciar una noticia de gravedad. Priorizó el contenido a la forma. La rueda de prensa resultó tan inquietante como demoledora.
A pesar de ello, Ana Mato se dedicó a dar a conocer la noticia y acto seguido a crear los gabinetes necesarios para controlar el posible contagio. En 48 horas contuvo la situación obedeciendo los protocolos establecidos por la OMS, y fue más allá cuando los veía insuficientes. A la ministra no la defenestró Rajoy ya que la crisis del ébola, al implicar a varios ministerios, pasaba, como era natural y preceptivo, a manos de la vicepresidenta. Rajoy visitó el hospital, primero porque es el presidente y después porque Mato continuaba dando explicaciones en el Senado y el Congreso. Casi sin horas para dormir se encargaron a varios países medicamentos que pudieran salvar la vida de Teresa Romero. Todo se puso a disposición de la infectada mientras ejercía el loable trabajo de cuidar a los misioneros que fallecieron por ébola repatriados desde África. Fue un accidente del que afortunadamente estamos saliendo. Pero más dichosos somos de que el ébola no se haya propagado por España. Sólo ha sido sacrificado un perro que tenía altas probabilidades de estar contagiado. Sería simplista reducir la crisis del ébola, perfectamente controlado hasta ahora, pidiendo la dimisión de una ministra cuyo único defecto es ser tremendamente tímida pero magnífica gestora.
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