¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Contaba aquí Diego J. Geniz que la revista Vanity Fair de febrero dedica su portada a Madonna. La diva inicia su nueva gira y cumple ahora, para festín del tiempo, cuarenta años como artista. En barroca fotografía de Luigi & Iango, la Reina del Pop luce ataviada cual dolorosa de Semana Santa. Como preludio de cuaresma nos llega, pues, Ntra. Sra. Madonna de los Dolores. Véanla. Macilenta tez, diadema, dos fulgentes lágrimas, mirada al cielo cual Virgen María al pie de la cruz. No le falta su manto recamado en oro, ni su primoroso encaje de aplicación de Brujas, ni su impactante corazón atravesado por siete puñales alusivos a los siete dolores de Nuestra Señora.
Una vez más se evidencia que para los creadores de estética todo lo pasional y barroco asociado al oscuro catolicismo que tanto critican tiene una pegada irresistible. Una contrariedad sin importancia. Hace ya muchos años Madonna hizo sus pinitos como crucificada en el escenario para su gira Confessions. Cuanto más quiere dársela un artista de irreverente menos nos parece el resultado por ser repetitivo como el ajo. Aun así, hay que reconocer que la iconografía religiosa -y la pasional en concreto- suele dar pie a mejunjes muy plásticos para lo pictórico y lo fotográfico.
No obstante, le ocurre a Madonna lo que a los poetas cuando explican el sentido de sus poemas. Quiero decir que lo estropean casi todo. Dice la diva que vestida como Mater Dolorosa ha intentado 1) expresar el dolor, 2) el sentido de maternidad y 3) el sufrimiento por la falta de tolerancia hacia la diversidad. Se agradece que lo haya resumido en un triduo y no en una novena. A uno siempre le ha gustado la música de Madonna, igual que sus vídeos, algunos de ellos llevados a cierta lascivia cuqui o directamente abierta (recuérdese el que filmó con el torero Emilio Muñoz, del que no sabría decirse hoy si derrocha gallardía o machirulez). En efecto, en la Mater Madonna uno percibe la iconografía de las dolorosas concebidas con pollero para ser vestidas en Semana Santa al pie de la cruz o bajo palio. Igual que veo aflorar, entre otras fantasías, el dibujo de la Virgen de los Siete Dolores que hizo Lorca (lo tenía en su cuarto de la Residencia de Estudiantes y se lo regaló a Gregorio Prieto).
Eso sí, no he podido ver aún en páginas interiores otra fotografía que interpreta la última cena de Cristo, con Madonna en el papel de Jesús y rodeada de discípulas. Al parecer, es vino y no un resto de cubata o de limoncello lo que aparece derramado y empapando el mantel. Poco sacrílego me parece.
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