La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
Cataluña no es España, decían las pancartas. Ni Matalascañas es Almonte, rezan las murallas donde escriben los canallas. El Palmar de Troya se ha independizado de Utrera después de años de gestiones. Perdido el sentido de la identidad colectiva, siempre hay un Puigdemont en chanclas dispuesto a enarbolar la bandera separatista. A los almonteños les interesa ventear que Sevilla se apropia de la playa porque no hay nada que una más que el enemigo común. Odiar es una forma de vertebrar. Pero hace tiempo, demasiado ya, que Matalascañas pasó de ser la playa de Sevilla a ser la playa que está más próxima a Sevilla, que no es lo mismo. Matalascañas es la gallina de los huevos de oro del Ayuntamiento de Almonte por medio del IBI, de soltera contribución urbana. Matalascañas es desde hace años la playa de algunos pueblos de Huelva, como Punta Umbría es la playa de la capital onubense. La mayoría de los sevillanos se largaron hartos de sufrir la degradación urbanística y, mucho peor aún, la de la convivencia urbana. Matalascañas es una playa preciosa de septiembre a junio. Su belleza y su extensión son poco comunes. Lástima que en julio y agosto sea una escuela de tolerancia donde se ponen a prueba los nervios de quienes tienen la manía de guardar unas mínimas normas de decoro, la mala costumbre de ir por la calle con el torso cubierto, o ese hábito tan fascista de no generar ruido, no tender la ropa en los balcones -a la vista de todo el público- o corresponder al saludo. Matalascañas necesita un Puigdemont que mueva los hilos del separatismo, que denuncie la poca atención que Almonte presta a su playa y que sepa ver que con un Ayuntamiento propio habrá una red de colocación de afines con cargo al erario público. Córdoba se plantó cuando Sevilla le arrebató la paternidad del salmorejo en los folletos turísticos. Sevilla se quedó muda cuando Matalascañas se emancipó de ella, pese a que en los salones del Hotel Alfonso XIII se vendían sus parcelas y sus primeros pisos. De aquellos años de glamour quedan las cáscaras de sandía, de aquellos carteles que ofrecían pisos de lujo al que hoy recuerda la prohibición de acceder al supermercado con el pecho al descubierto o la ropa mojada. Si El Palmar se ha librado de la represión del mostachón, por qué Matalascañas no va a recuperar su vinculación con Sevilla. Tal vez sea posible un nuevo condado de Treviño, pero al modo onubense. Estar en Huelva pero depender de Sevilla. Esto sí que sería un procés, pero un procés con la cé más ceceante que nunca. Ceceando, que es gerundio.
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