¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Hubo un tiempo en que la gente acudía a la taquilla como quien compra lotería de navidad, esperando cumplir un sueño, alcanzar una épica que hiciera otra vida posible y poder contar después “yo estuve allí”. Hubo un tiempo en el que todo el mundo, cuando compraba una entrada, sabía a dónde iba y a lo que iba; se estaba comprando la posibilidad de entrar en un museo al aire libre en el que percibir el pellizco inesperado y provocador del arte, su aliento profundo e ingobernable. Un tiempo en el que agitar un pañuelo blanco era un acto de soberanía que igualaba a todos con el que reclamar el triunfo y la gloria. Un tiempo en el que la victoria imprimía carácter y alzaba a los hombros del mundo a quien había vencido a la muerte. Era un tiempo de héroes. Sí, hubo un tiempo en el que los anhelos de España tenían el ritmo de la letanía de los niños de San Ildefonso y el de un pasodoble en cualquier plaza de toros. Una música que cantaba lo incierto de toda existencia. Bueno, era también un tiempo de vanidades y exhibiciones, como todos los tiempos.
Os hablo, claro, de los principios de la democracia, donde los mentideros hablaban del amor entre un dirigente político socialista y un torero. La Fiesta entonces, nadie se extrañe, era todavía algo provocador, con un punto erótico, intelectual y vanguardista. Mucho se ha perdido por el camino cuando la izquierda reniega hoy de los toros y la derecha los utiliza a conveniencia como un caladero de votos.
Alguien muy relevante en la vida actual española me dijo el otro día que ya no se podía ir a los toros porque se había apropiado de la fiesta, como de la cacería, la derecha más reaccionaria. Razón de más para ir, le dije yo sin pensarlo. Los toros, añadí, no tienen ideología como no la tiene ningún arte. No, no podemos ir porque nos significa, se excusó. El problema es ese, que los toros han sido abandonados por la intelectualidad y la cultura. Incluso sus detractores son analfabetos cuando siempre habían generado apasionantes debates. Un antitaurino antiguo (ha habido, reyes, papas, escritores…) se lo trabajaba y daba argumentos, no se despelotaba a la puerta de un festejo.
Quizás no sepamos disfrutar de nada sin enfrentarnos y el frentismo actual es pobre y simple, pero altamente eficaz. Los toros nunca han sido ni de derechas ni de izquierdas, ni los antitaurinos tampoco. Las manos sucias lo manchan todo.
También te puede interesar
Lo último