La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
En todas las ciudades hay barrios que se diferencian de otros; calles que se orientan hacia el norte y otras hacia el sur. En las más afortunadas, algunas casas miran al río pasar o a las olas llegar hacia las playas; en otras desde las ventanas de los edificios más altos se contemplan montañas. Algunos viven más cómodos que otros; unos soportan más ruidos; no todos tienen la misma distancia desde sus hogares a sus trabajos, ni los mismos metros cuadrados en los que refugiarse de la noche y el frío, pero en todas ellas hay lugares de encuentro, plazas donde poder encontrarse y sentirse iguales, ciudadanos que comparten el pequeño lugar del mundo al que pertenecen. Así son todas las ciudades donde los humanos hemos decidido amontonarnos para sentirnos menos solos. Por algo será.
Pero en los tiempos que corren la tendencia parece obedecer a otras intenciones. Ahora los lugares de encuentro van camino de desaparecer. Lo que se lleva es la polarización extrema. Hay que pertenecer a un bando, refugiarse en él y defenderlo sean las que sean las circunstancias. Los demás son enemigos a los que se les niega cualquier mínima razón y solo derrotarles es aceptable. En nuestro entorno o estás con Sánchez o contra él, no hay término medio posible; ni tampoco la posibilidad de coincidir en algunas cosas y en otras no porque de hacerlo serás tachado de pusilánime o acomplejado. Ocurre lo mismo en la política Internacional. O con Israel, o con Hamas. O con Ucrania o con Rusia. Con Bolsonaro o con Lula. Las dos orillas que representan Irán, Putin, Maduro y Corea del Norte, por un lado, y EE. UU., Europa, Israel o Ucrania por otro, están más enfrentadas que nunca y aunque muchos vivan al margen de ello, la verdad es que estamos al borde de una guerra mundial que podría ser la última. Pocas bromas. En Estados Unidos, el país que ha dirigido el mundo en los últimos siglos, la polarización es también extrema, y ya no se trata de que candidato gane las próximas elecciones, sino de la propia pervivencia de la democracia como sistema en un país en franca decadencia. El Imperio Romano con todas sus imperfecciones también cayó, y lo que siguió fue oscuro y caótico porque a los foros donde se confrontaban ideas, les sustituyeron los recintos amurallados. Claro que es imprescindible que gane el bando donde la democracia y la libertad de ideas son práctica habitual, pero para que eso ocurra, lo esencial es abandonar las trincheras y volver a construir lugares comunes donde encontrarnos.
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