Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
En el recuerdo, y así lo he descrito otras veces en algunos poemas, aparece pelando una naranja y dándonos a probar esa nueva variedad que había plantado, atravesando un campo de girasoles en el que se hizo una fotografía que todavía conservamos. Es, en la memoria y en esas imágenes algo desvaídas ya que nos quedan de él, un hombre en comunión con el paisaje, en paz con el mundo.
Ese hombre, mi padre, no llegó a conocer este siglo, murió antes, pero como toda persona que fue querida pervive en quienes estuvieron a su lado. Y su ausencia propició un extraño fenómeno: donde el tiempo tendría que haber difuminado sus contornos, el amor acrecentó su figura. Hoy, más de dos décadas después de su marcha, podría decir que mi padre fue un héroe, un héroe modesto, pero él, que tenía como poema favorito aquel texto de Rudyard Kipling, If (Si), que terminaba con aquel "you'll be a man my son! [serás un hombre, hijo mío]", preferiría que lo recordáramos como un hombre, sin más, en la acepción más digna de un término tantas veces devaluado.
Ese hombre, mi padre, que velaba por los naranjos y paseaba entre girasoles, que dejó de ver películas porque, me explicó una vez, había visto demasiadas en la adolescencia y la juventud, que tenía debilidad por el humor inglés, de Wodehouse a Tom Sharpe, y que en su madurez buscaba en los libros una nueva espiritualidad, nos legó a su descendencia, a su manera callada, un modelo -una ética- para enfrentarse a los días. Ese hombre, mi padre, ya lo conté otras veces, que era huérfano de guerra y no quiso que sus hijos heredaran el odio, hizo la vida más fácil a quienes formaban parte de su entorno, según el testimonio de amigos y colaboradores, y prefirió, en lo profesional, no traicionarse a sí mismo antes que buscar el reconocimiento o el dinero.
Hace unos días murió mi amiga Angelita, que tanto disfrutaba también en el campo y que tantas veces me invitó a su casa de Fuente del Arco, y eso me hizo pensar en la importancia de la herencia -moral- que dejamos. Hoy reivindico con orgullo ese linaje al que pertenecía mi padre, al que pertenecía Angelita: el de los hombres y mujeres de corazón noble, quienes celebran los milagros de un árbol y tratan a su prójimo como a un hermano. Me gusta pensar que, en este tiempo raro de desencuentros y recriminaciones, tal vez sólo haya que volver la mirada al recuerdo de los seres queridos para recobrar la confianza, comprender que venimos de los girasoles y que no somos, aunque el momento actual lleve a la desesperanza, esta tierra quemada del presente.
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