La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla fina en la caja de Sánchez-Dalp
Las encuestas que ayer inundaron los medios dan una abrumadora victoria a la derecha en Madrid, con alguna excepción que busca en eso, su excepcionalidad, el atractivo que la haga jaleable para beneficio del digital podemita que la ha encargado. Con todo el pescado vendido en Madrid, el interés pasa de inmediato a cómo se las va a arreglar el PP de Casado para que Vox apoye al PP de Isabel Díaz Ayuso sin que parezca que lo hace y, por supuesto, gratis total. ¿Puede alguien creer que un partido va a ceder del orden de entre 10 y 15 escaños sin compensación alguna? Sí, se puede, y ahí esta el caso andaluz para atestiguarlo. Dejemos la cosa por el momento y estemos atentos a las curvas que vienen en el campo de la derecha más o menos centrada.
Porque convendría ahora reparar en cómo el ridículo de las cuatro balas y la navajita, el vergonzoso número del debate de la SER y demás patrañas del tinglado electoral madrileño ha servido para ocultar en toda España un asunto de lo más serio y preocupante, tal como viene sucediendo desde hace un año a cuenta de las tribulaciones de la pandemia. Se trata de la llamada Ley de Protección de la Infancia, triunfalmente aprobada en el Congreso el pasado día 15 con la única oposición de Vox y del PNV, pero la de éste por motivos competenciales. La norma pretende, y así se nos ha presentado, "garantizar los derechos de los niños y adolescentes frente a cualquier forma de violencia" ¿Cómo puede oponerse alguien a tanta bondad? Para saberlo pueden recurrir -circula por internet- a la entrevista al diputado sevillano Francisco José Contreras, catedrático de Filosofía del Derecho y quizá la cabeza mejor amueblada de todo el Congreso. Contreras desgrana los principios de la ley y demuestra su inspiración en la ideología de género, que traslada al corazón de la familia. Si el concepto de violencia de género ha emponzoñado las relaciones de pareja, ahora la desigualdad legal entre sexos se lleva hasta la infancia al establecerse una diferencia entre el maltrato a niños y niñas, además de señalar nuevamente a los varones -que en ese contexto no son otros que los padres- como principales responsables. Pasito a pasito, con la colaboración de un PP errático, lo peor de la agenda progre se va imponiendo a las familias. En la escuela y en los hogares, los hijos son cada vez menos de sus padres y más mera competencia del Estado.
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