Notas al margen
David Fernández
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Ojo de pez
Cada 23 de abril se celebra el Día del Libro como cuota de excepcionalidad, lo que encaja como un guante en el perfil del lector medio en España. El hecho de que no todos los días sean los días del libro se corresponde con una sociedad en la que la lectura es eso: una práctica excepcional. El barómetro de la lectura correspondiente a 2017 elevaba el número de lectores en nuestro país al 65,8% de la población, entendiendo lectores como personas que leen un mínimo de un libro al año. Eso sí, si contemplamos la lectura como práctica vinculada al tiempo de ocio, el porcentaje se reducía al 59,7%: la diferencia representa a quienes leen por obligación (estudiantes, opositores y determinados profesionales). A tenor de estos datos, editores y libreros valoran un tímido aumento en el número de lectores (aunque habría que preguntarse en qué medida alguien que lee un libro al año y por obligación es un lector) pero alertan de la paulatina extinción del lector de fondo, el que lee a diario, el que acude con frecuencia a bibliotecas y librerías y hace de la lectura res cotidiana. Las buenas noticias las traen las mujeres, que a partir de los 45 años representan el 70% de la población lectora frente al 30% de los varones; y los niños y jóvenes menores de 25 años, para quienes la lectura es mayoritariamente un hábito normalizado.
De este modo, celebramos hoy el Día del Libro con un 40% de la población para el que el libro es un objeto ajeno, exento por completo de su visión del mundo. Si se trata de confluir con Europa en este asunto y de evaluar el nivel de desarrollo sociocultural a partir del número de lectores, un 40% para los que la lectura es igual a cero representa un fracaso al que habría que poner remedio pero que curiosamente no parece despertar el mínimo interés (ni mucho menos la preocupación) entre los garantes de lo público, cuando la lectura es, muy por encima del sector editorial que (sobre)vive de ella, una materia pública. Igual a nuestros ministros y consejeros les basta con entregar un premio, hacerse la foto con un escritor de renombre o poner cara de letraheridos mientras leen a Lorca en voz alta, pero no, no es suficiente. Falta la política. Falta que la cultura y la educación vayan de una vez de la mano no sólo en la titularidad de las carteras. Falta la cuestión de Estado.
Y falta la reivindicación de la lectura como elemento lúdico. Que leer nos haga mejores ciudadanos, nos abra horizontes y todo ese rollo es lo de menos. Leemos porque nos gusta. Porque nos lo pasamos bomba. Eso sí, nunca lo lúdico ha estado tan mal visto en España. Mejor la telebasura.
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