¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
La normalidad cuyo regreso estos días tanto celebramos es eso que se da por supuesto hasta que una desgracia familiar o colectiva la rompe. Es también en muchos casos eso de lo que tanto se protesta cuando se vive y tanto se echa de menos cuando se pierde. Dar a lo perdido un valor que no se le daba cuando se poseía y despreciar lo cotidiano -en vez de disfrutarlo- es propio de la condición humana. Si algún valor por encima de cualquier otro tiene para mí el arte y la literatura no es el de proponernos lo excepcional, lo aventurero, lo raro, lo excitante, sino desvelar la belleza y la emoción de lo cotidiano, la grandeza de lo común, lo excepcional de cada instante, la profundidad de los sentimientos que todos compartimos. Enseñándonos a verlo, a sentirlo, a apreciarlo. En su tan sugestiva teoría del arte escribe Bergson: "entre la naturaleza y nosotros, más aún, entre nosotros y nuestra propia conciencia, se interpone un velo para el común de los hombres, pero sutil y transparente para el artista y para el poeta". El arte y la literatura levantan este velo que el uso, la necesidad o el desgaste de la rutina interponen entre nosotros y la realidad, y hacen compartible su visión al materializarse en sus obras. "El fin que me esfuerzo por alcanzar, sin otra ayuda que la de la palabra escrita, es hacerles comprender, hacerles sentir y, ante todo, hacerles ver", escribió Joseph Conrad.
Normalidad es la cualidad de lo normal y lo normal es lo habitual u ordinario, lo común, lo regular, lo que sucede habitualmente. Cosas tantas veces despreciadas por tantos, de las que huir por todos los medios posibles buscando emociones y sensaciones las más de las veces mucho más pobres que las que la vida común de la gente igualmente común ofrece. O que se dan por supuestas… hasta que se pierden.
Todas las cosas cuyo regreso estos días celebramos estaban allí antes. Todo lo que a partir de ahora festejamos que podremos volver a hacer -ir al cine, al teatro o al fútbol, disfrutar de procesiones, ferias y romerías, asistir a clases presenciales o festejar acontecimientos familiares sin restricción de asistentes en ambos casos- lo podíamos hacer antes. ¿Qué valor le dábamos? Ojalá el terrible año y medio que llevamos padecido sirva para que apreciemos esta normalidad -lo habitual, lo cotidiano, lo ordinario- cuyo regreso tanto celebramos.
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