Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Lejos de mí la funesta manía de dar lecciones de filología a nadie. No tengo ni el ánimo ni los conocimientos necesarios para tal exceso. Por eso dejo que hable el que quizás es el gran humanista de la ciudad contemporánea, el siempre olvidado y ocultado don Juan Gil, latinista y americanista (divino cocktail) de postín, hombre que desde su domicilio de la collación de Santiago sigue alumbrando joyas como su pequeña semblanza de Antonio de Lebrija que ha editado Athenaica en su colección Breviarios. ¿Antonio de Lebrija, pero no era el más largo y engolado Elio Antonio de Nebrija? Dejemos paso a las palabras del maestro Gil (aun a riesgo de que Alfonso Crespo, implacable businessman de la editorial sevillana, me quiera cobrar algún tipo de regalía): "El halo mítico que envolvió su figura causó graves estragos. La primera y muy dolorosa víctima fue su propio apellido, ese "de Lebrija" que tomó de su lugar de nacimiento en sustitución del "Martínez de Cala" paterno o del "Jarana" materno. En el frontispicio de sus obras, escritas casi todas ellas en la lengua del Lacio, figura orgulloso su nombre latinizado, Aelius Antonius Nebrissensis, una secuencia que, suprimidas las ínfulas nobiliarias, se corresponde bien con la firma que usó en vulgar, escrita con una majestuosa letra humanística muy nítida y clara: Antonio de Librixa. De Nebrissensis se debería haber derivado solo un adjetivo, nebrisense (hoy lebrijano sonaría a cantaor o torero); pero la incultura llegó a más y entre este adjetivo y el topónimo Lebrija, se forjó un absurdo e inexistente Nebrija [...] Es hora de reaccionar". Así que ya sabe, al sabio del Bajo Guadalquivir hay que nombrarlo a partir de ahora por su verdadero nombre, que no es otro que el de su pueblo, la Lebrija tartésica, jonda y vinatera. Esto debe tenerlo usted muy en cuenta si usted es un político montando la programación cultural de 2022, un periodista con una página en blanco por rellenar o un profesor con un aula de niños por desasnar.
PD: Sólo un mínimo reproche a don Juan Gil, miembro de la Real Academia Española: ese suave desdén por cantaores y toreros. No desmerece a un gramático como Antonio de Lebrija que su nombre se funda en la bruma de la memoria con dos gremios que tanto castellano han forjado, que tantas palabras hermosas, giros y lugares comunes han donado a ese patrimonio común que es el idioma español. Además, lebrijano es palabra hermosamente bajoandaluza, asequible al pueblo soberano, no ese nebrisense que él propone y que nos hace derrapar con tanta ese traicionera.
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