Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
AHORA que, consumada y asentada la de Suárez, estamos en plena operación de mitificación de Felipe González con motivo de los 40 años de su primera y arrolladora mayoría absoluta, es el momento de recordar a Javier Krahe. Y dirán muchos: ¿qué tiene que ver aquel golferas de la canción y anarcoburgués, como lo definió Julio Llamazares, con tal acontecimiento histórico? Quizás poco, pero la censura de su canción Cuervo ingenuo por TVEcensuraCuervo ingenuo fue una prueba más del rodillo que el felipismo triunfante aplicaba a las voces críticas, del despotismo democrático que imperó en la época. En aquella tonada, Krahe, que no era muy aficionado precisamente a darle la tabarra a nadie con temas políticos o morales, criticaba con elogiable chufla y dominio de la rima el giro de opinión de González respecto a la OTAN y otros asuntos, tras haber engañado al electorado de izquierdas más ingenuo. Recuerden y tarareen: “Hombre blanco hablar con lengua de serpiente”.
A Javier Krahe, como tantas cosas en la vida, me lo descubrió Falique Moreno, fotógrafo, agricultor y propietario en esa época de un tocadiscos en el que no paraba de sonar La Mandrágora. Allí aprendí a valorar a Krahe no como un contestatario del montón, sino como un continuador de la gran tradición humorística hispana que ha dado suculentos frutos: Marcial, Quevedo, Jardiel Poncela, Camba, Muñoz Seca, La codorniz, Tip y Coll, Berlanga, Juan Carlos Ortega... Un humor culto con ribetes surrealistas y costumbristas, a veces despiadado, que se basa en un uso magistral del lenguaje y que lleva por bandera su vocación gamberra y antisolemne.
Si hoy traigo a estas líneas el nombre de Javier Krahe es porque el otro día escuché el Documentos que RNE dedicó a su figura (¡bravísimo!). Documentos –ya se ha dicho alguna vez– era uno de los mejores programas de la radiodifusión española hasta que lo llenaron de sermones y hagiografías los de la mamela de la Memoria Democrática (el despotismo se ejerce hoy también en el pasado). Cada vez que alguien le diga que quiere hacer “pedagogía” con usted (como nos suelen decir desde el Ministerio de la Verdad del sanchismo), póngase en guardia, porque lo que de verdad pretende es meterlo en un campo mental de reeducación. Reencontrarme con Javier Krahe tras años sin escuchar sus canciones ha sido un placer, aunque su figura proyecte también la sombra agridulce de los años pasados irremediablemente. Y bien, me voy tarareando aquello de “Y lúgubre corrí/ al funeral de Marieta./ A la bella, la traidora/ le dio por resucitar./ Y yo con mi corona/ hice el gilipollas, madre”.
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