Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
Ha muerto Julio Anguita de lo que era previsible: de un ataque al corazón, que ya le había dado varios avisos. Se le consideraba un político pasional y apasionado, aunque es discutible el lugar que le tendrán reservado en la historia del comunismo español. El PCE ha devorado a todos sus líderes, cuando ya no los purgaban al modo soviético. Anguita será recordado, como mínimo, por haber sido el Califa rojo de Córdoba: el primer alcalde comunista de una capital tras la guerra civil. Y por no haberse pasado al PSOE, como Rosa Aguilar, la otra alcaldesa cordobesa de IU. Igualmente, Anguita será recordado como el hombre que hizo posible la llegada de José María Aznar a la Moncloa. Y poco faltó para que también llegara Javier Arenas a la Junta, en 1994, cuando se formó la pinza que aquí ejecutaba Luis Carlos Rejón.
Quedan muchos en Unidas Podemos que no se lo han perdonado. A pesar de que Julio, en los últimos años, hizo profesión de fe podemita, y ensalzó las virtudes de Pablo Iglesias como nuevo apóstol del populismo de la izquierda. Se suele decir que Anguita fue un precursor del populismo, pero si se le compara con los de ahora, él fue más bien popular. Intentó aprovechar la onda del eurocomunismo, tras el fracaso electoral de Santiago Carrillo y el bluf de Gerardín Iglesias. En Italia ya había muerto Berlinguer, que creó la utopía de que una Europa comunista y democrática era posible. Después se vio que era imposible, por lo mismo de siempre, y porque para eso estaba la Internacional Socialista al aparato.
A Julio Anguita lo entrevisté, ya en el siglo XXI, ya retirado de la primera línea política, ya jubilado, mientras jugaba al mus en la plaza de la Corredera cordobesa. Procuró mantenerse activo, mientras el corazón le iba dando avisos, y siguió expresando sus opiniones. Pero lo que decía Anguita ya importaba poco, era anecdótico. Ya digo que algunos de los nuevos comunistas no le han perdonado que facilitara la llegada de Aznar a la Moncloa, aunque lo hiciera para echar al PSOE, que había sido condenado por corrupto en el caso de Filesa.
El califa rojo soñó una España imposible. Pensó que la salida del PSOE del poder permitiría crear otra alternativa, la de IU, que diera el sorpasso, para ser el faro que guiaría la izquierda. El primer intento de sorpasso fue un fracaso, como el segundo de su elogiado Pablo. Y, al final, después de la pinza contra el PSOE, pasamos de Aznar a Zapatero. IU se hundió. Y tampoco se lo perdonaron, aunque ya no era culpa suya.
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