Monticello
Víctor J. Vázquez
No es 1978, es 2011
Jornada Central de la Semana Santa
HOY estamos en el centro de la Semana Santa. Comienza el Triduo Pascual que terminará el Domingo de Resurrección. Hoy, con la misa vespertina de la Cena del Señor, conmemoramos la Última Cena pascual de Jesús con sus apóstoles. En esa cena los judíos celebraban la liberación de la esclavitud de los egipcios. Comían pan ázimo, cordero sacrificado en el templo de Jerusalén y hierbas amargas. Y bebían cuatro copas de vino. La tercera era la principal. E iban recitando oraciones y salmos de alabanza y de acción de gracias a Dios. Y los padres iban explicando a los hijos el sentido de lo que se iba haciendo.
El pan ázimo, sin levadura -masa fermentada del día anterior- todo nuevo, significaba la vida nueva en libertad del pueblo de Israel. Jesús le dio un nuevo carácter: aquel pan era su cuerpo que sería entregado por todos nosotros en su Pasión y Muerte, fuente de una vida nueva para la humanidad salvada del pecado y de la muerte. Lo partió y lo repartió entre los apóstoles, como señal de amor, de caridad.
Y después de haber cenado, tomó la tercera copa y dijo que aquel vino era su sangre derramada para el perdón de los pecados. Una sangre que sellaba la Alianza nueva y eterna de Dios con la humanidad. Y como en la Pascua judía la sangre de los corderos sacrificados en cada casa los libró de la muerte cuando iban a salir de Egipto, así la sangre de Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, nos salva de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna.
Instituyó, pues, en la víspera de su Pasión, el Sacramento de la Eucaristía que desde entonces celebra la Iglesia, de manera especial el domingo. Y también el Sacramento del Orden sacerdotal al encargar a los apóstoles que hicieran aquello en conmemoración suya. Por eso en la Misa llamada Crismal, que aquí adelantamos al Martes Santo, los presbíteros de la Archidiócesis de Sevilla renovaron en la Catedral sus promesas sacerdotales ante el arzobispo.
En la liturgia del Jueves Santo tiene lugar también el rito del Lavatorio de pies, en recuerdo de que Jesús en la Última Cena lavó los pies a sus discípulos, dándoles así el mensaje de que el que quiera ser el primero que se haga el último y el servidor de todos.
Él se hizo hombre para servir y dar la vida por la salvación de todos. En la catedral de Sevilla el arzobispo que preside la misa, lava los pies a doce seminaristas.
Después de la Misa de la Cena del Señor, se traslada el Santísimo Sacramento al llamado Monumento -el Sagrario adornado de manera especial- para seguir acompañando al Señor en la Eucaristía en esta víspera de su Pasión.
Una vez repicadas las campanas durante el canto del Gloria, ya no tocarán más hasta la noche del Sábado Santo en la Vigilia Pascual.
En este Año de la Misericordia recordamos las palabras del Papa San Juan Pablo II: "La Eucaristía nos acerca siempre a aquel amor que es más fuerte que la muerte: en efecto, 'cada vez que comemos de este pan o bebemos de este cáliz', no sólo anunciamos la muerte del Redentor, sino que además proclamamos su resurrección, mientras esperamos su venida en la gloria. El mismo rito eucarístico, celebrado en memoria de quien en su misión mesiánica nos ha revelado al Padre, por medio de la palabra y de la cruz, atestigua el amor inagotable, en virtud del cual desea siempre el unirse e identificarse con nosotros, saliendo al encuentro de todos los corazones humanos." (Encíclica Dives in misericordia número 13).
Unidas a la celebración litúrgica tenemos en este día grandes celebraciones de piedad popular con las estaciones de penitencia de tantas hermandades y cofradías como las llevan a cabo hoy. A través de las sagradas imágenes de Cristo y de la Virgen María recibimos, en primer lugar, una catequesis sobre los acontecimientos de la Pasión. ¡Qué bonito es ver a los padres explicando a sus niños pequeños lo que están viendo en los pasos! Es una lección que no se olvida nunca. Y, a través de esas imágenes hacemos oración. Las cofradías en la calle son una expresión de la fe de la Iglesia que se manifiesta en este caso de modo especial a través también del arte y la belleza. Ayudemos entre todos, comenzando por los cofrades que van en las procesiones, a que esto sea así, y mantengamos el debido respeto ante el paso de las sagradas imágenes. Si los que decimos que tenemos fe no lo hacemos, ¿cómo vamos a pretender que los que no creen no sigan pensando que las procesiones no son más que un acto cultural y folclórico?
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