Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
Tiempo, tantas veces hace falta tiempo para ver con claridad las cosas, no dejarse llevar por la última opinión oída, no alborotarse con la mínima novelería y disfrutar de la perspectiva necesaria para hacerse un juicio ponderado de las cosas. Ahora, ay ahora, dos años después de que Abengoa se precipitara hacia el agujero negro, es justo que recordemos el papel que ya entonces jugó el alcalde de Sevilla, Juan Espadas, como ahora lo está haciendo su sucesor, Antonio Muñoz. Mi Juan, al que todo lo de la Unión Europea y sus muchos órganos, caso del Comité de Regiones Europeas, le encanta especialmente, planteó que una vía de ayuda eficaz para no dejar que se agravara la situación de la compañía era la petición a Europa de un aval puntual con condiciones. Habló con el presidente Moreno y con el consejero Bravo, que adujeron que el consejero Velasco, responsable de Economía, no veía la solución y se negaba en rotundo.
Mi Juan se pasó dos años mediando ante la ministra Montero y la Sepi, que al final ha dejado tirada a la compañía. Ha tenido que abrirse el concurso e implicarse la ministra de Industria para que, ahora sí, Velasco contemple la vía europea como la más adecuada. Entonces no se pudo lo que ahora sí. ¿Qué ha cambiado? Pues ha venido bien que el alcalde Muñoz, que no tiene una sola competencia en la materia, medie y siente a las partes en la mesa. Nunca olviden, además, que Muñoz se entiende estupenda y directamente con Moreno y su gobierno. Ha influido positivamente que Velasco levante la mano porque quiere seguir en el Ejecutivo andaluz. Bueno, en realidad quieren seguir todos y se mueven hasta con los focos puestos. El consejero Stanford ya ve la opción europea, ha visto la luz. ¡Eureka! Miren ustedes, no es que la solución sea una panacea, acaso un torniquete porque la cornada es grave para los trabajadores y para una compañía vital para los intereses económicos andaluces. La Junta, como sensatamente expuso en su momento la consejera de Empleo, Rocío Blanco, no tiene la culpa de la situación de Abengoa.
La culpa, ese concepto tan curioso, fue de la codicia e ineptitud de sus responsables. Una cosa es no ser culpable y otra que al que le toca no haga el máximo por hallar alguna fórmula eficaz de ayuda en una situación tensa en la que, no se olvide, no han faltado los palos en la rueda de los conflictos de intereses de los accionistas. Dos años, dos, con una pandemia de por medio, para volver a la casilla de salida. ¡Europa, Rogelio, claro que era Europa! A ver si al menos salvamos parte del buque mientras el resto se hunde en las profundidades. A mi Juan sólo cabe decirle: Sic transit gloria mundi.
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