La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
El Paseo Editorial ha dejado en los zapatos de la ciudad el mejor regalo de Reyes posible: "Juan Sierra. Poesía y prosa. Obra completa". Incluye sus breves, hondos y perfectos libros de poesía María Santísima, Palma y cáliz de Sevilla, Claridad sin fecha y Álamo y cedro, y todos sus artículos periodísticos. Más de 600 páginas extraordinarias, todas y cada una de ellas, verso a verso, frase a frase, palabra a palabra, porque Sierra creaba como si destilara experiencias despaciosamente sentidas, despaciosamente reflexionadas y despaciosamente escritas.
"¿Vive aún Juan Sierra?", preguntó Borges en una de sus visitas a Sevilla en tiempos de la Menéndez Pelayo. "Es el mejor escritor de esta ciudad", añadió para desconcierto de quienes le oían. Casi nadie sabía quién era. La ciudad le había olvidado. "En Sevilla yo soy el padre de Quino", me dijo una tarde de primavera en su casa del Barrio León. Quino -Joaquín Sierra- era su hijo, famoso jugador del Betis. Lo dijo sin amargura, no se equivoquen, porque carecía de vanidad y le gustaba su vida retirada; pero con una cierta melancolía ante los olvidos de Sevilla, no para con él, sino para con sus pocos, breves y destilados libros. Y no digamos para con sus artículos periodísticos: lo publicado hoy se tira mañana y se olvida, como mucho, pasado.
No dejen de comprar y leer este libro. Porque Sierra es un grandísimo escritor, dicho sea sin localismo alguno. Y porque es uno de los más finos y exactos intérpretes de Sevilla y su Semana Santa, o más bien de algunas de sus imágenes, en poesías extraordinarias que ahondan como nadie lo ha hecho en la esencia -mejor: la experiencia- de estas imágenes; a la vez que se justifican por sí mismas ante cualquier lector como altísima poesía. Sólo él fue capaz de decir a la Estrella, "¿Quién aromó de nardo tu belleza / con la sangre más pura de Triana?"; al Gran Poder, "¡Oh coagulada sangre negra, gorda, / oh leño de clavel carbonizado!"; al Valle, "Es ya tarde. Recogen su tristeza / los últimos espejos"; al Calvario, "El cadáver de Cristo penetra en esta augusta soledad / hecha piedra como un salmo suspenso"; y a la Macarena, "Brisa que quema y no arde".
Su obra es más que sus poesías y prosas dedicadas a la Semana Santa. Pero son estas las que lo hacen único. Nadie ha escrito así. Nadie lo hará. Tenía que pasar el viento del 27 por Sevilla. Y encontrarse con Juan Sierra.
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