¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El final de la ‘pax’ andaluza
Crónica levantisca
LA pregunta es la siguiente, rotunda: ¿Es compatible la conservación de los montes de la Almoraima con el desarrollo turístico basado en la caza, el golf y el polo en la parte de la finca que aún no es parque natural? La respuesta no es tan contundente. Sí, con matices. Sólo habría que calcular cuál será el impacto de visitas y tránsitos asociados al turismo en la zona que es parque, porque, claro, el valor del resort que fomenta el Ministerio de Medio Ambiente es, justamente, ése, las casi 13.000 hectáreas que son parque natural. Una reunión entre el ministro Miguel Arias y la presidenta de la Junta, Susana Díaz, bastaría para solventar el problema, el caso Almoraima, escrito con brocha gorda, con trazos gruesos y con desinformación interesada.
Por partes. La Almoraima no es una finca forestal mal explotada, sino todo lo contrario. En contra de lo que sostiene Arias Cañete, es un ejemplo. Las mayores investigaciones sobre la seca, mal que amenaza a todos los bosques de quercíneas de España, se han realizado en sus rodales de alcornoques y la eliminación de los híbridos entre cerdo ibérico y jabalí partió de una idea del anterior gerente de la finca, persona anónima, sin filiación política y de competencia. Riánse de lo de estos híbridos, pero sólo apuntaré que cabía la posibilidad de que fueran portadores de la peste porcina africana. Y eso es una frontera al porcino andaluz en Despeñaperros. Es posible que la finca, en efecto, no llegase a ser rentable, pero si algo la lastraba no era el monte, sino el hotel, las explotaciones agroganaderas y la fábrica de tapones, que comenzaban a ser optimizadas.
Arias Cañete sostiene que todas las fincas privadas del parque de Los Alcornocales están mejor gestionadas que las públicas. Pues depende, los montes municipales de Jerez, Alcalá y Los Barrios han sido el sostén de estos bosques y montes, el paso de los siglos no los ha destruido, dan trabajo, se sacan a concurso su caza y su corcho, y ahí siguen. Las fincas del parque tienen pocos usos, son bosques, no regadíos, y, básicamente, son el corcho, la caza y algo de ganadería, aunque se juegan grandes beneficios con ese intangible que son las relaciones públicas. Si quiere saber más de ello vea La escopeta nacional, pero sustituya a los rijosos aristócratas de Berlanga por los financieros linces. El problema de Cañete no es la privatización, es el cambio de uso. Hable con ella, con Díaz, quien también ha sacado la brocha gorda: todo parque natural. Ea. Y cuídenla: las respuestas de los juanes lobones pueden ser las chispas.
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