La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El gazpacho que sufrimos en Sevilla
Si fuera francés, luciría en la solapa la Legión de Honor y estaría reconocido como uno de los referentes de su industria televisiva; si fuera estadounidense, lo veríamos cada año en la ceremonia de entrega de los Oscar como uno de los miembros con más reconocidos de la Academia. Pero no. Juan Lebrón es andaluz, de Antequera por más señas, y a principios de los noventa, tras haberse recorrido el mundo con una cámara al hombro, tuvo la ocurrencia de venirse a su tierra porque pensó -eran vísperas de la Expo y Andalucía era entonces un sueño por construir- que se daban las condiciones para crear un sector audiovisual moderno y competitivo. Y lo hizo. Sin un duro de subvención, a base de trabajo, de arriesgar su dinero, de endeudarse y de reinvertir siempre sus beneficios logró crear donde no había y dar al mercado producciones que hoy son el mascarón de proa de la historia de esa industria en Andalucía: Semana Santa, de Manuel Gutiérrez Aragón, y Sevillanas y Flamenco, de Carlos Saura. Al tiempo, filmó Andalucía con un alarde de medios y una calidad que han hecho palidecer de envidia a la BBC o a National Geographic. Esas imágenes constituyen hoy un patrimonio de una riqueza paisajística y cultural que muy posiblemente no tenga igual en Europa.
Para poco le ha servido todo ello. Con el paso de los años el mercado andaluz se le fue cerrando y su empresa empequeñeciéndose. La crisis le pegó un golpe letal a la incipiente industria audiovisual andaluza y Lebrón, por su forma de hacer las cosas al margen del dinero público, estaba más expuesto que otros. Hace unos días, Canal Sur le pegó un rejón de muerte a su última serie, en la que había empeñado todo el dinero que pudo reunir, las muchas ilusiones que conservaba e incluso una buena parte de su salud. Como las películas de buenos y malos son eso, películas, y esto es la dura realidad, doy por hecho que a la televisión autonómica le sobran razones económicas y de diseño de programación para actuar cómo lo ha hecho. Pero como espectador no puedo olvidar que mientras la parrilla se llena con niños que tocan el tambor, ancianos de entrepierna inquieta y bucles permanentes para convencer a los andaluces de que su tierra se llama copla, se desprecian producciones que hablarían de Andalucía de otra forma.
Lebrón anda estos días viendo cómo puede dar carpetazo a lo poco que aquí le queda y marcharse fuera a terminar de otra forma su larga carrera. Supongo que se irá. Lo hará sin un solo reconocimiento a su trayectoria. Peor para nosotros.
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