¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
Se ha ido del despacho municipal sin hacer ruido, con esa obsesión por la discreción que ha marcado sus años de excelente servicio. José Miguel Braojos (Gálvez, Toledo, 1952) ha ejercido hasta el viernes como interventor general del Ayuntamiento. Su fecha oficial de jubilación fue el domingo. El sábado nos llamó personalmente: “Mañana me jubilo”. Y se nos vinieron a la mente tantas informaciones, tantas polémicas, tantos Plenos soporíferos, tantos informes de los presupuestos que nos ha ayudado a descifrar, tantísimos momentos de la vida municipal... Sevilla debe saber el pedazo de interventor del que ha disfrutado estos años, la de goles que ha parado, los chanchullos que ha impedido, la de veces que ha hecho de malo de la película para exigir el cumplimiento de la legalidad. Nunca quiso aparecer en los medios, mucho menos como “alto funcionario”. Si la referencia era a la Intervención General, sin alusiones personales, mucho mejor. Siempre nos recordó –y así lo escribimos un día– a esos árbitros serios y respetables de la primera división de otros tiempos, de cuando García de Loza o Guruceta Muro.
Braojos llegó a Sevilla procedente del Ayuntamiento de Cádiz que gobernaba Teófila. Pero antes, mucho antes de ganar las oposiciones, ejerció de gerente en una empresa de productos cárnicos. Se dice que desde entonces no prueba una salchicha. ¡Qué no habrán visto sus ojos! Y cuentan que aconseja a sus amigos que no lo hagan. Su vida da para un libro. La de veces que ha tenido que tratar con políticos que acudían a su despacho para convencerle de ciertos gastos... Tal vez el público en general no aprecie esa labor muchas veces preventiva. El político decide en qué se gasta el dinero, pero el interventor dicta cómo se gasta. El presupuesto que se aprueba cada año ha sido su biblia particular. La legislación de las entidades locales, el marco. A Braojos le tocó lidiar con la Ley Montoro que metió en cintura a los ayuntamientos, la misma que mandó a los interventores a alertar al Tribunal de Cuentas si un alcalde usaba su potestad para levantar uno de sus reparos suspensivos.
De formación humanista, siempre intentó buscar soluciones a los problemas que sobre gastos e ingresos llegaban a la mesa de su despacho por concejales, asesores, directores de distrito y esa larga letanía de cargos que viajan en carrozas con caducidad de cuatro años y desde las que tantas veces lanzan golosinas con cargo al presupuesto municipal. Don José Miguel ha sido una garantía de rigor y seriedad y un modelo de ciudadano sereno, austero y serio en el mejor sentido. Una jubilación merecida y ganada a base de trabajo y rigor.
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