En tránsito
Eduardo Jordá
Sobramos
La ciudad y los días
HAY una Sevilla que hace poco ruido y produce muchas nueces. Está en nuestras universidades, hospitales, bibliotecas, laboratorios, estudios o despachos. Y trabaja, incansablemente, logrando un reconocimiento internacional que apenas encuentra eco local. Entre los fines fundacionales de este periódico figura el de informar sobre todas las sevillas que, sumándose, hacen Sevilla: la de los políticos y la de los ciudadanos, la de las hermandades y la de los científicos, la de los creadores y la de los empresarios, la de la historia y la del futuro… Dejando claro que no se trata de realidades opuestas (por eso uso la conjunción copulativa que las une en sentido afirmativo) y prestando especial atención a esa Sevilla silenciosa que ensancha los límites del conocimiento humanístico o científico, proyectando una imagen no sólo turística de nuestra ciudad.
Cumpliendo este fin el compañero Sánchez-Moliní daba ayer noticia de la publicación de un libro divulgativo sobre el funcionamiento del cerebro escrito por el catedrático de Fisiología y científico de prestigio internacional José María Delgado, quien le comentaba: "El cerebro es una maquinaria que se inventa el mundo, un gran fabulador… Define el mundo interior, da las órdenes motrices, produce el alma… El estudio del cerebro es algo más que una cuestión científica o de interés médico, y nos acerca a problemas metafísicos como la existencia o no del alma y el último sentido del ser humano".
Las palabras del científico sevillano me recordaron las del humanista neoyorquino Harold Bloom, quien tituló una de sus obras más famosas Shakespeare, la invención de lo Humano. En ella afirma que el mérito mayor de este autor no fue escribir la mejor prosa y poesía en inglés, ni pensar de manera más abarcadora y original que ningún otro escritor, sino un tercer logro que superaba a éstos: "Fue más allá de todo precedente e inventó lo humano tal como seguimos conociéndolo", por lo que el suyo "es un arte tan infinito que nos contiene, y seguirá conteniendo a los que probablemente vendrán después de nosotros" y sus obras "siguen siendo el límite exterior del logro humano: estéticamente, cognitivamente, en cierto modo moralmente, incluso espiritualmente. Se ciernen más allá del límite del alcance humano, no podemos ponernos a su altura".
No es abusivo unir esta idea a la del cerebro como máquina que se inventa el mundo y "produce" el alma. Lo que nos reconduce, una vez más, a esa cuestión clave en la que nos lo jugamos todo: la educación. Fallar en educación es, literalmente, cargarnos el invento (del mundo, de lo humano…).
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