José Antonio Carbajal, en la Academia

Alguien ha definido su obra como "arquitectura del silencio". No puede haber mayor elogio

20 de noviembre 2021 - 01:46

Me llega a los oídos que José Antonio Carbajal ha sido nombrado académico de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, una noticia que me ha alegrado la tarde por dos razones: porque es lo que se suele decir un caballerazo y, sobre todo, porque es también uno de los arquitectos más lúcidos y silenciosos de esta ciudad de figurones y charlatanes. He tenido el privilegio de compartir muchas veces el ascensor y microtertulias de descansillo con este alarife que no sólo tuvo el valor de restaurar el Teatro Falla de Cádiz, sino que también es el responsable del mantenimiento de la Plaza de Toros la Real Maestranza. Y ambas tareas -peligrosas, diría yo- las ha realizado sin despeinarse, expresión que uso en su doble sentido, el figurado y el literal, porque Carbajal siempre parece como recién salido de la ducha.

El pintor Javier Fernández de Molina definió la obra de José Antonio Carbajal como "arquitectura del silencio". No puede haber mayor elogio en la ciudad del ruido. Como ejemplo podemos tomar el Seminario Diocesano, un edificio decididamente moderno que, sin embargo, se integra a la perfección en la Palmera, presentando su fachada principal el aspecto de una pequeña villa. Carbajal podría haber actuado con el estilo chillón de otras moles que han proliferado en esta vía, pero lo suyo es el rigor de la mejor arquitectura sevillana, una escuela que aún no ha sido reivindicada como merece. Por cierto, que junto a Carbajal también han sido nombrados académicos Fernando Mendoza, restaurador de El Salvador y San Luis, y Francisco Torres, autor del Pabellón del siglo XV y la remodelación del Palacio de Altamira. Cada uno de ellos merece una columna aparte.

La espina clavada en el corazón profesional de José Antonio Carbajal es no haber podido ver culminada en la Cartuja la sede de la Gerencia de Urbanismo de Sevilla, proyecto en el que resumía todo lo aprendido en su prolífica carrera como arquitecto (continuada por sus hijos Nicolás y Rodrigo), pero que se llevó por delante la crisis de 2008. Seguro que más de un alcalde y algún que otro prócer de Caja de Ahorros suspiraron aliviados, porque este edificio iba a suponer toda una humillación a la cercana Torre Pelli. Por un lado, un rascacielos de catálogo sin respeto a la ciudad ni al medio ambiente; por el otro, arquitectura moderna de verdad en la que se unía la tradición y la sabiduría constructiva meridional con las más avanzadas y verdes técnicas de climatización. Eso que nos perdimos todos. Enhorabuena, José Antonio.

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