Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
La ciudad y los días
ESTE hombre es afortunado no sólo porque aprendió a rezar, como a él le gusta decir, en la acogedora parroquia y familiar hermandad de la O, entre columnas de mármol rojo, yeserías, altares barrocos y azulejos antiguos que parecen humanizados por la dulzura del Nazareno más bondadoso de Sevilla, iluminados por la transparencia sin ocaso de Triana, perpetuamente rejuvenecidos por el goteo devocional de cada día y por las riadas devocionales del 18 de diciembre, Viernes Santo y Pentecostés. Este hombre es afortunado no sólo porque nació en una familia de sevillanos y cofrades en la que Sevilla y la Semana Santa se aprendían respirando, viviendo, mirando, sintiendo… y no en los libros. Este hombre es afortunado no sólo porque su Nazareno de la O parece haberle enseñado a andar por la vida con esos meditativos pasitos cortos que permiten gozar de los detalles, con esa humildad que ni humilla a nadie ni se deja humillar por nadie, con esa dulzura que se resuelve en amor por lo pequeño, con esa bondad que suscita inmediata y amistosa confianza. Este hombre es afortunado no sólo por haber sabido cumplir con su profesión sin renunciar a su vocación. Este hombre es afortunado no sólo por querer la vida que le ha tocado vivir, por amar la ciudad en la que ha nacido y vivido, por cumplir con rectitud con lo que le tocó hacer y dedicarse con entusiasmo a lo que eligió. Este hombre es afortunado no sólo porque el Ayuntamiento de esa Triana alta en la que vive, Castilleja de la Cuesta, le haya dedicado una plaza que perpetuará su memoria cuando todos nosotros seamos fantasmas en sus negativos.
Este hombre, que se llama Jesús Martín Cartaya, no sólo es afortunado por estas cosas, o porque le hayan dado el premio Demófilo en reconocimiento "a su tarea de documentación fotográfica de lo cotidiano que le convierte en cronista privilegiado de la memoria sentimental de la Fiesta Mayor de Sevilla". Es afortunado porque ha sabido querer, porque ha sabido ver y porque ha tenido el don de fundir ese querer y ese ver en sus fotografías de la cotidianidad de Sevilla en fiestas. Hace poco escribía aquí que lo más hermoso de la Semana Santa es su capacidad para transfigurar lo cotidiano durante una semana y la cotidianidad durante un año. Martín Cartaya ha sido el fotógrafo, como se reconoce en el premio que con toda justicia se le ha otorgado, que ha privilegiado la vida sobre la historia, el instante sobre los siglos y los seres sobre las cosas, convirtiéndose así en el Francisco Pacheco retratista de capillitas y en el Bermejo gráfico de la memoria sentimental de la Semana Santa.
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