¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Cinema Paradiso es una película simpática realzada por una gran partitura de Morricone. Y no mucho más. El público la amó como sentimental y melancólico homenaje a los cines desaparecidos y las películas que en ellos llenaron tantas vidas de emociones, sueños, aventuras, necesarios descansos de la realidad que cumplían la cita de André Bazin: "El cine sustituye nuestra mirada por un mundo que se amolda a nuestros deseos". Lo curioso del caso es que aquellos cines habían ido cerrando hasta desaparecer porque ese mismo público que se emocionaba con las muertes del cine Paradiso y su proyeccionista los fue abandonando seducido -además de por la televisión, el vídeo y el DVD- por las moquetas de los multicines, primero, y las de las multisalas palomiteras, después. Lo mismo sucedió con las viejas películas cuya evocación tanto emocionaba en la película de Tornatore: dejaron de interesar y por eso desaparecieron hasta de las televisiones públicas para vivir hoy, como los indios privados de sus territorios, en las reservas de unos pocos canales especializados y plataformas.
Un fenómeno parecido se ha repetido con la muerte del actor, director y productor Jacques Perrin: se ha recordado, sobre todo, que fue, junto a Philippe Noiret, el intérprete de Cinema Paradiso. Pero se ha dado poca importancia a que fue el joven Lorenzo que en La chica con la maleta ponía en el tocadiscos Celeste Aida mientras la Cardinale bajaba la escalera enamorándonos a todos (y a Alberto Fernández Bañuls más que a nadie), el marinero que cantaba en Las señoritas de Rochefort la maravillosa Chanson de Maxence ("Je pourrais vous parler de ses yeux, de ses mains. / Je pourrais vous parler d'elle jusqu'à demain") o el Drogo de El desierto de los tártaros que se consumía en la fortaleza de Bastiano. ¿Quién recuerda estas películas de Zurlini y Demy? Y aún menos se ha destacado algo más importante: Perrin fue el arriesgado productor, además de intérprete, de obras maestras de Costa Gavras como Z, que ganó el Oscar, o Sección especial, y del tan grande como poco conocido novelista y cineasta Pierre Schoendoerffer, caso de la magistral Le crabe tambour o de El honor de un capitán. Y es que estas películas, que hacen la grandeza de Jacques Perrin como intérprete y productor, pertenecen a un mundo tan perdido como el tan llorado cine Paradiso... ¿Con lágrimas de cocodrilo?
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