Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
Sevilla/La Isla de la Cartuja por la noche es la calle Sierpes de los años 80 y 90 cuando cerraban los comercios. Ahora hay visitantes de la ciudad no sólo para hacer colas de espera absurdas en los bares, sino para llenar todas las calles del centro a diario. Pero entonces el efecto boca del lobo era muy habitual. Miedito daba recorrer Sierpes a las once de la noche un día laborable. Esa sensación ahora vintage se revive en la Cartuja por las noches, la isla de la que se decía en tiempos que los sevillanos estaban divorciados, con la que se encariñaron durante los meses maravillosos de la Exposición y que después se llenó de empresas tecnológicas. Mucha actividad diurna, pero sin alma nocturna. ¿Por qué? Porque fracasaron todos los intentos de levantar viviendas. Nadie vive en la Cartuja. Monteseirín quiso en su día crear un nuevo distrito municipal en la isla. Finalmente quedó como un distrito tecnológico, pero como denominación oficiosa muy útil para los discursos de los políticos.
Alfredo quiso despedirse del cargo precisamente en la Cartuja y en compañía de Paquiño Correal, que firmó una crónica en este periódico con las últimas confesiones como alcalde de quien más años ha dirigido la ciudad. A mi Juan (Espadas) le encantaba echar algunas tardes en los espacios de co-working del Pabellón de Francia, entre jóvenes emprendedores y cafés servidos en tazas de corcho. Pero no suenan nanas en la Cartuja, no hay luces cálidas de dormitorios que se apaguen casi al mismo tiempo que se cierra un libro. Hace bien el alcalde Oseluí en tener muy en cuenta la Cartuja en su declaración de intenciones, en los planes de la estructura de gobierno, en sus proyectos prioritarios. Si se repasan bien las cifras de cuanto se mueve en la isla se toma conciencia del verdadero peso de la capital de Andalucía y se acaba con muchos cuentos, percepciones y leyendas. Pero la importancia de este espacio no cala en la población porque, en el fondo, sigue de espaldas al resto de la ciudad. A la Cartuja no se acude por gusto, salvo que se visite el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (¿Se lo llevarán a las Atarazanas?) o se acuda a un partido de fútbol o a un concierto en un estadio al que, por cierto, cuesta un mundo llegar y otro mundo salir. Se anuncian más metros cuadrados para oficinas en la Cartuja. “Qué bien, qué bien”, que diría Soledad. Pero no estaría de más trabajar en fórmulas que aproximen más la isla a los sevillanos en general. Que se vea como algo propio, un sitio al que resulte agradable acudir y que no cierra a las ocho de la tarde.
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