Cuarto de muestras
Carmen Oteo
La herida milagrosa
UNA de las peores consecuencias de la dictadura franquista fue el exilio obligado de miles de españoles que combatieron en defensa de la República durante la Guerra Civil. Están ampliamente documentadas las vicisitudes de los escritores, cineastas, pintores y otros artistas y políticos que tuvieron que abandonar España, ya fuera porque eran perseguidos o porque años más tarde, establecida ya la dictadura, los procesos de depuración o las delaciones individuales obligaron a tomar el camino del exilio.
A los grupos anteriores, hay que añadir la de científicos e ingenieros. En muchos casos, no fue tanto la persecución como el devastador panorama científico y cultural que este país padeció durante los años posteriores al término de la contienda. Las carreras profesionales de esos científicos e ingenieros también han sido -aunque no en todos los casos- estudiados por investigadores de historia de la ciencia. Sin embargo, no ha sido hasta años muy recientes -por obra, sobre todo, del profesor Manuel Martín, de la Universidad de Granada- que hemos conocido el exilio de los economistas españoles, la mayoría de ellos profesores de universidad, que en algunos casos habían detentado altas responsabilidades políticas durante los gobiernos de la II República.
Algunos se marcharon, inicialmente, a Francia, como tantas otras personas anónimas. Muchos se exiliaron directamente en América Latina y EEUU, en donde el alto nivel de formación comparado con los profesores locales, les hizo destacar notablemente, lo que permitió que se incorporaran con relativa rapidez a instituciones educativas o incluso a altas responsabilidades en los ministerios y bancos centrales de los países de acogida. Hay que destacar que muchos se formaron en los mejores centros europeos. Desde la Ecole de París a la London School of Economics y a universidades alemanas, fueron visitadas por los economistas españoles de la época.
México acogió aproximadamente a la mitad de los exiliados españoles. Los inicios de los estudios de economía en instituciones como la UNAM, la Casa de España-El Colegio de México y posteriormente el ITAM (las instituciones mexicanas más prestigiosas) están íntimamente unidos a los economistas exiliados. Junto a México, la República Dominicana y Chile fueron los países que mayor número de economistas acogieron. Resulta llamativo que Argentina -ya el país más desarrollado de América Latina- prácticamente no acogiera a ningún economista para incorporarse a la universidad.
Pero los beneficios de la enseñanza de los economistas españoles exiliados no se cosecharon sólo al otro lado del Atlántico. Estos días se está celebrando el 80 aniversario de la fundación del Fondo de Cultura Económica (FCE). La editorial se fundó en México en 1934. Rápidamente, en cuanto los primeros exiliados republicanos con formación económica llegaron a México, la editorial se benefició extraordinariamente de los conocimientos económicos y de idiomas extranjeros que muchos de los exiliados poseían.
Esa formación le permitió al FCE la traducción de decenas de libros de economía (y también de otras materias) que no se habían traducido nunca o que estaban agotados en español. Y esta extraordinaria labor se realizó justamente durante los años del franquismo, con un país aislado del mundo exterior, en donde los profesores universitarios no sabían idiomas y aquellos pocos que se defendían leyendo en alguna lengua extranjera, era el francés, con lo que el acceso al conocimiento en otras lenguas quedaba muy limitado, especialmente a todo lo publicado en inglés.
Esta fuente de conocimiento fue fundamental para los profesores españoles y para sus alumnos en las Facultades de Económicas, porque permitió el acceso -gracias a las traducciones realizadas desde México- a los principales campos de la economía. La apertura posterior de una oficina del FCE en Madrid -bajo la dirección de Javier Pradera- impulsó aún más este papel. Las importaciones de esas obras en España eran muy escasas, pero existían.
En el campo de las obras generales de economía, fueron traducidos los principales libros de Arrow, Balassa o Maddison. Cruciales fueron las traducciones de Alvin Hansen -principal interpretador y difusor de la obra de Keynes, cuyas obras también se tradujeron- y de John Hicks, que abarcaban las cuestiones fundamentales de la teoría económica de su tiempo.
El libro de M. Intriligator ha sido uno de los manuales de Econometría más utilizados en las facultades hasta tiempos recientes. La hacienda pública le debe mucho a la difusión en España de la obra de Richard Musgrave.
Con uno o dos siglos de atraso, se reeditaron obras ya agotadas o, en otros casos, por primera vez de forma íntegra, porque las anteriores habían sido censuradas por la iglesia católica. Así estaba todavía este país después de la Guerra Civil. El Fondo llevó a cabo la edición de las obras completas de Alfred Marshall y Karl Marx, o de las principales contribuciones de T.Malthus, J.S.Mill y David Ricardo.
La monumental Historia del Análisis Económico de Schumpeter también vio la luz de la traducción en México. Y para no olvidar, la traducción que el economista exiliado en Puerto Rico, Gabriel Franco, realizó de La Riqueza de las Naciones, de Adam Smith. Increíblemente, las versiones anteriores que circulaban en español, todavía padecían de las limitaciones de la censura eclesiástica. De manera que, dos siglos después de que se publicara en inglés (1776) uno de los libros más importantes de la historia, el lector en español no disponía de una edición accesible sin censurar.
El Fondo de Cultura Económica ha contribuido, como pocas editoriales, a hacer accesible la cultura al gran público. La circulación de las obras de Juan Rulfo, Pedro Salinas o Cabrera Infante a ambos lados del Atlántico, han contribuido a compartir más la cultura en las dos orillas. Y las de Adam Smith o Keynes a ilustrar a los profesores y a los alumnos de las facultades de Económicas de todo el mundo de habla hispana.
También te puede interesar