Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
Leo en algún sitio que hoy, como todos los 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, hay previsto en Madrid un rezo del rosario ante el abortorio Dator, el más importante de la ciudad y, quizá de España. Una auténtica mina y un museo de los horrores, aspectos que necesariamente se dan la mano en ese gran negocio segador de vidas indefensas, propiamente inocentes.
Es algo curioso y sintomático que el rezo del rosario, quizá la más bella y extendida práctica de piedad católica, en principio tan alejada de cualquier expresión de combate –nada infrecuentes en otras oraciones–, vaya camino de convertirse en signo de resistencia religiosa y cultural en tiempos decididamente anticristianos. Hace poco el cardenal Omella ha tenido que plegar velas tras su crítica inicial y ha llegado a felicitar al joven organizador de los rosarios en Ferraz, paralelos a las protestas ciudadanas, por “vivir la fe en profundidad y con todas las consecuencias”. ¿Qué tiene el rosario que lo hace idóneo en toda circunstancia, ya sea individual o multitudinario, en la soledad del campo o en la romería, en la cama del hospital o antes de la batalla, como señal de agradecimiento o, tan a menudo, como medio para la solicitud de favores?
A Dios gracias, no me he visto envuelto personalmente en trances bélicos ni hospitalarios, por eso mi experiencia del rosario tiene que ver con ocasiones más gratas, en paseos urbanos o campestres muy tempraneros o en la atardecida, instantes que ya de por sí serían bastante amenos. También en los viajes. En todos esos momentos existe el riesgo de que la mente vuele decididamente lejos de lo que los labios rezan, pero la práctica me ha hecho reparar en algo: el rezo del rosario es incompatible con los pensamientos o recuerdos turbios, negativos, dañinos. Pensar en lo que sea, mientras se van recitando poco a poco las cincuenta avemarías de rigor, es toda una garantía de que la intención y los frutos de nuestro pensar, sea fútil o trascendente, no pasarán nunca de cierta raya incompatible con María. Tampoco, por tanto, los propósitos. Hacer la prueba no cuesta nada y el momento del año es idóneo. ¿Quién no se detendrá un poco a reflexionar qué ha sido este 2023? Pues hasta la peor basura de estos doce meses puede ser reciclada en nuestras mentes si los contemplamos a la luz de María y mientras la invocamos.
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