¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Capitanía y los “contenedores culturales”
Ayer se cumplieron 25 años del crimen de las niñas de Alcácer y el próximo 27 de enero se cumplirán del hallazgo de sus cuerpos. Habían sido violadas, torturadas y asesinadas en una sucesión de sufrimientos difícilmente imaginables. Del 13 de noviembre al 27 de enero fue el tiempo de la incertidumbre, la búsqueda, el interés por el destino de las desaparecidas. El 27 de enero se abrió otro tiempo: el del estupor horrorizado, tras el descubrimiento de los cuerpos, y el de la vergüenza para una profesión, la periodística, un medio, la televisión, y los consumidores de la basura por ella emitida que fue golosamente devorada por una audiencia porcina. Todo sucedió a finales de 1992 y principios de 1993. Solo hacía dos años que funcionaban las cadenas privadas en España. Lo que habíamos visto en películas como El gran carnaval, Network, un mundo implacable o La muerte en directo ya estaba aquí. Llegó con el crimen de las niñas de Alcácer y el circo obsceno que se montó sobre él. Incluida TVE. La competencia por las audiencias es un tsunami que lo arrastra todo.
Horas después del hallazgo de los cuerpos el pueblo se convirtió en un plató y ante un público local lógicamente furioso se grabaron programas en directo por los que desfilaron los padres de las niñas, sus amigas, las autoridades. "Pero eso sólo fue la parte visible del show -ha recordado recientemente en El País Jesús Duva, el periodista que siguió el caso para este periódico-. Porque detrás de las cámaras, entre bambalinas, los colaboradores de Paco Lobatón y los de Nieves Herrero libraron una reyerta que poco faltó para que no acabara a dentelladas. Lobatón se creía con derecho a explotar en exclusiva a los protagonistas del mórbido espectáculo, teniendo en cuenta lo mucho que les había ayudado a buscar a las niñas a través de su popular programa ¿Quién sabe dónde? de TVE. Nieves Herrero pensaba que, después de haber prestado tantas veces su programa De tú a tú de Antena 3 para el mismo fin, también tenía derecho a llevarse la mejor parte del trágico pastel".
Tras la orgía hubo mea culpa y propósitos de corrección. Mentira. La marea de la abyección finge retroceder estratégicamente, pero no abandona el terreno ganado. La conversión pornográfica del dolor en espectáculo había llegado para quedarse. Y el nombre de Alcácer quedó unido a la historia criminal y a la de la comunicación.
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