La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
Pocas horas después de que el rey Juan Carlos anunciara por televisión su decisión de abdicar en el príncipe Felipe, decenas de miles de personas se manifestaban en las principales ciudades españolas reclamando la abolición de la Monarquía. Era el 2 de junio de 2014 y en todas las concentraciones de aquella jornada hubo un elemento común: la masiva presencia de la bandera tricolor. Para la resuelta muchachada que se enseñoreó de las plazas de España al grito de "no hay dos sin tres, república otra vez" o "los Borbones, a los tiburones" el Régimen del 78 se caía a cachos y el Frente Popular estaba ya tocando a la puerta de las casas. Un lustro después, el verbo se hizo carne: la última convocatoria electoral aupó a socialistas, populistas y nacionalistas de todo pelaje, al sonido de cuya flauta acudieron los hijos desairados del fenecido wellfare. El resentimiento de Sánchez hizo el resto.
Corren malos tiempos para la lírica moderada. Los divos de la escena política han impuesto una nueva retórica: apresurada, agresiva, rompedora. Dice Savater que cuando el debate degenera en griterío son las voces templadas las primeras en dejar de escucharse. Por exceso de volumen, inicialmente; por desistimiento, después y, finalmente, por censura.
En la víspera del 6-D, mientras el ministro Garzón acusaba a la prensa y al Poder Judicial de constituir un reducto derechista en la vida pública (a los partidos liberal-conservadores los da ya por amortizados) el vicepresidente Iglesias aprovechó para achicar un poquito más el espacio a la Monarquía, augurando que España será republicana "más temprano que tarde". Con los republicanos ocurre como con los antifranquistas, que su número y su vehemencia son directamente proporcionales al número de años transcurridos desde el final de la República y de la dictadura. Son, además, demasiado arrogantes para aceptar que la enseña que enarbolan no nació del pueblo, sino de una minoría sectaria y que la bandera constitucional -esa sí- es el símbolo de la paz, la libertad y la reconciliación de los españoles. Los nuevos patriotas plurinacionales han leído a Gramsci -Rufián se quedó en el catálogo del H&M- , pero no a Erasmo, que entendió que el fanatismo destruye cualquier forma de entendimiento. Tranquiliza, al menos, saber que el sentido de todas las pasiones es desfallecer algún día. La razón es paciente y obstinada; cuando los demás, ebrios, se embravecen, se pliega como un junco. Pero su tiempo siempre vuelve.
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