La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
En una cena con amigos compruebo que, de la actualidad, interesan mucho más los males de amor y matrimonio que los manejos de poder. Sánchez nos tiene ya hastiados. Descorazonador, sí; pero normal. En el siglo XII, Andreas Capellanus, clérigo de la corte de Leonor de Aquitania y Luis VII, propuso en su Tratado sobre el amor algunos casos sentimentales controvertidos, que, a pesar de que la política de entonces también estaba al rojo vivo, apasionaron al público.
Un ejemplo que, ya en casa, planteo a mis hijos. “Un caballero requiere de amores a una dama, a la que no le interesan sus propuestas, pero es tal la insistencia del tipo que, al final, ella aceptará si él cumple todo lo que le ordene. Su primera orden [comprensible] será que deje de hablar de ella, para bien o para mal, y él cumple su mandato esforzadamente… hasta el momento en que oye que están hablando mal de su amada. Sin poder resistirlo, sale en su defensa. La dama considera que ha incumplido su promesa y, por tanto, no lo amará. ¿Es justa o cruel?”
Mis hijos, unánimes, dicen que justa: las promesas hay que cumplirlas; y punto. Concuerdo, pero añado dos puntos más: que hablen mal de nosotros es mejor a que se estén callados y, a menudo, que hablen mal puede ser incluso mejor a que lo hagan bien.
La dama lo sabía; el caballero, que no se enteraba de nada, no. Los niños se ríen y espero que eso les vacune contra las maledicencias. Pero hay un tercer motivo, que es el clave. Si desde el principio a la dama no le interesaba el caballero, ya fuese mudo o parlanchín, la cosa no tenía remedio. Cualquier pretexto para quitarse de encima a un pelma, es justo.
Quieren más casos de Capellanus. “Dos hombres iguales en todo requieren a una dama. ¿A cuál de los dos debe escoger ésta?”. Mis hijos quedan paralizados, como si fuese la prueba del asno de Buridán. Pero es muy fácil: tiene que no escoger a ninguno, ¡ni pensarlo! Si los ve iguales, no los ama. El amor ve absolutamente único al escogido o a la elegida. Ver igual es como dar igual. La indiferencia es señal de indiferencia.
Con mis hijos me inquieta menos hablar de esto que con mis amigos. Cuando ellos crezcan, Sánchez será nada más que un recuerdo y, esperemos, una advertencia; mientras que el corazón seguirá en las mismas tesituras que en el siglo XII. Hoy la educación sentimental está más inclinada que un Informe Pisa. No descuidemos nosotros el homeschooling.
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