Historia de una torre

En Torre Sevilla una entidad privada supo convertir un problema en un éxito, hoy en el objetivo de los fondos de inversión

07 de octubre 2018 - 02:31

Cuando allá por 2007 se colocó la primera piedra de un gigantesco rascacielos de 37 plantas en el sur de la isla de la Cartuja muchos, también desde estas mismas páginas, pusieron el grito en el cielo. La Torre Pelli, como se la conoció durante algún tiempo, recibió paletadas de críticas, tanto por su diseño como por el hecho de que viniera a distorsionar el mercado de oficinas en una Sevilla que por aquella época se sumergía en una profunda crisis. Pero sobre todo se la criticaba porque con su altura, que doblaba la de la Giralda, desafiaba lo que había sido un tabú arquitectónico asumido por la ciudad como una de sus señas de identidad. La cuestión estuvo a punto de costar la retirada de la declaración de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco para el conjunto monumental de Catedral, Alcázar y Archivo de Indias y la polémica se vivió durante meses con enorme intensidad. La torre, un empeño del entonces alcalde Alfredo Sánchez Monteseirín y del presidente de Cajasol , Antonio Pulido, parecía destinada a convertirse en un sonoro fracaso y, decían muchos, un proyecto en el que se enterrarían algunos millones de euros y que nunca se culminaría. Ejemplos cercanos no han faltado y la situación económica que se vivía entonces no permitía ser demasiado optimista.

Quizás no hubieran ido muy desencaminados los que pronosticaban que aquello se convertiría en un mausoleo inacabado si en 2012, como fruto de la absorción de Cajasol -entonces integrada en Banca Cívica-, el edificio no hubiera pasado a Caixabank. La entidad, en pleno proceso de expansión en Andalucía, se tomó como un objetivo prioritario para consolidar su presencia en el territorio que Torre Sevilla, que es el nombre que le dio al rascacielos, se convirtiera en un éxito. Para ello tuvo que pagar un precio no pequeño: 320 millones de euros para finalizar lo que cogió a medio hacer. Pero consiguió en poco tiempo que las 37 plantas se llenaran con oficinas de firmas importantes, que las últimas fueran ocupadas por un hotel de lujo y que el centro comercial construido en dos edificios aledaños se convirtiera en un lugar privilegiado para las firmas de moda y restauración. Además se llevó hasta allí el Caixafórum, un centro cultural de primer orden, tras un intento frustrado de ubicarlo en las Atarazanas.

Esta semana, en la que se ha sabido que hay varios fondos de inversión interesados en su compra aunque por ahora esa posibilidad no está en la agenda de Caixabank, conviene resaltar lo que ha sido la historia de un éxito de gestión por parte de una entidad privada que no sólo se ha jugado dinero en el envite. También otras cosas por los menos igual de importante y que ha sabido dar un lección que Sevilla debe aprovechar.

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