La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Minerva, la diosa del gobierno local
Hughes, el gran columnista, últimamente en La Gaceta, sacudía de lo lindo hace unos días al gran historiador y americanista Carlos Martínez Shaw a propósito de la feroz crítica que éste había escrito en El País sobre el exitoso documental de López Linares titulado Hispanoamérica, canto de vida y esperanza, el cual compite en estos días en los cines de toda España con las grandes producciones cinematográficas. Se da la circunstancia de que, en grado mayor o menor, porque en cosas de amistad es imposible la igualdad aunque sea siempre grande el aprecio, soy o me considero amigo de los tres que van nombrados, a los que además admiro rendidamente a cada uno en lo suyo, de modo que la polémica me animó a acudir al cine el pasado fin de semana, cosa que hago mucho menos de lo que debiera.
Sobre Hispanoamérica ha escrito aquí tan brillante y atinadamente como suele otro buen amigo, Enrique García-Máiquez, quien por cierto ingresa este viernes en Buenas Letras como correspondiente por su luminoso El Puerto de Santa María, así que ¿qué voy a decir yo, pobre de mí, rodeado ya como me veo en esta columna por monstruos de las letras, el periodismo, la historia y la cinematografía? Pues sólo diré que el documental me ha parecido una verdadera joya, con una espectacular realización al servicio de un excelente guión. No hay necesidad de coincidir al cien por cien con las opiniones y juicios sobre casi todo lo divino e hispano que allí vierten varias decenas de historiadores, antropólogos, artistas, frailes, periodistas, pensadores, lingüistas, folkloristas, líderes sociales y un largo etcétera de representantes de un mundo que efectivamente está pero que muy vivo y que el documental intenta presentar bajo el prisma de una mirada amorosa, esperanzada y liberadora.
La hispana se nos aparece como esa gran civilización que no ha llegado a cuajar aún, a pesar de sus poderosísimos cimientos. Esos cimientos, como se repite en el documental, son el mestizaje –es la única civilización mestiza que hoy existe–, el catolicismo como gran factor religioso y cultural, y la lengua española. Con esos mimbres la historia tejió durante más de trescientos años una fascinante realidad común, antes inexistente en una América que carecía de cualquier clase de unidad, que dos siglos de desencuentros, siembra de odio y desprecio, autonegación y falseamiento interesado de la historia, no han podido apenas arañar. Si pueden, no se lo pierdan.
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