La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
La ciudad y los días
DOS personas han resultado heridas, una con graves quemaduras, y medio centenar de inmigrantes han perdido sus pocas pertenencias en el incendio registrado en un asentamiento de inmigrantes en el camino de Montemayor, en el término de Moguer. El mes pasado se produjo otro incendio en un asentamiento de Palos de Frontera y el verano pasado, entre el 15 de mayo y el 14 de agosto, se produjeron cuatro en Lucena del Puerto, Palos de la Frontera y Lepe.
En el drama de los inmigrantes hay dos posturas igualmente repugnantes. A una es fácil señalarla: la de los neofascistas o neonazis cabezas rapadas, los xenófobos que se manifestaron en Madrid el pasado domingo, la creciente extrema derecha con ajustada piel de cordero democrático, bajo la que se ve la pata del lobo haciendo el saludo fascista, que ha estado a punto de ganar en Austria como lo estuvo en Francia, Dinamarca o Finlandia.
La otra, más difícil de identificarse, es la de los hipócritas sin fronteras que exigen que se eliminen las barreras y se abran las puertas de par en par a los inmigrantes… Para después olvidarlos y oponerse furiosamente a cualquier sacrificio necesario para su acogimiento e integración. Escribir, hablar, intervenir en programas solidarios radiofónicos y televisivos o acudir a una manifestación son formas cómodas de sentirse mejor persona y más concienciado ciudadano. Solidaridad gratis total. Otra cosa es que nos metan la mano en el bolsillo para poder acoger, atender e integrar dignamente a los inmigrantes. Y afrontar con paciencia solidaria los problemas de convivencia que la nunca fácil integración causa y sólo el tiempo, la educación y la dignificación de las condiciones de vida -y todo esto es inversión pública: impuestos- hacen posible.
Que vengan, que vengan… ¿Y después? Venta de kleenex en los semáforos o de falsificaciones con carreras cargados de sacos cuando aparecen los municipales, hacinamiento en pisos pateras, en campamentos de chabolas o en naves infrahumanas, explotación esclava, prostitución… Lo que sea para sobrevivir en un país extraño en el que, por duras que sean las condiciones de vida, lo son menos que en los de origen. Si se han entregado a las mafias que les tratan peor que al ganado, arriesgado sus vidas en pateras, soportado largas esperas en condiciones terribles, ¿qué les puede asustar? A Lázaro debían saberle a gloria las sobras que caían de la mesa de Epulón.
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