La lluvia en Sevilla
Carmen Camacho
Multicapa
Lo de los podemitas Isa Serra y Pablo Iglesias con Amancio Ortega expresa un herrumbroso odio, antiguo y oxidado, que requeriría una campaña de vacunación antitetánica. Porque el populismo infecta alentando prejuicios y odios. Primero está la aversión a los empresarios que crean fortunas que, además de enriquecerlos, generan riqueza y puestos de trabajo. Asegurar que las condiciones laborales de sus empleados y sus responsabilidades fiscales se atengan a las leyes es tarea de los poderes públicos. Después está la aversión a las donaciones entendidas como renuncia de las autoridades a sus responsabilidades públicas o como caridad -hermosa palabra que significa amor a la que hasta muchos cristianos han renunciado acomplejadamente sustituyéndola por acción social- en su antiguo sentido negativo.
Isa Serra ha dicho que la sanidad pública "no puede depender de la caridad o humor con el que se levanten los millonarios" y Pablo Iglesias le ha dado la razón afirmando que "una democracia digna no acepta limosnas de multimillonarios para dotar su sistema sanitario, les hace pagar los impuestos que les corresponden y respetar los derechos de sus trabajadores". ¿Quién les ha dicho que la sanidad pública depende de la caridad o del humor de los millonarios, que una donación es una limosna, que Amancio Ortega no paga sus impuestos o que no se respetan los derechos de sus trabajadores? Lo del humor, la caridad y que la sanidad pública dependa de ellos es una estupidez y una falsedad propia del más grosero populismo. Lo de los impuestos y los derechos de los trabajadores, en el caso de que Iglesias tenga pruebas, debería denunciarlo en vez de esparcir una sospecha populista igualmente grosera.
La Ley 49/2002, de 23 de diciembre, de régimen fiscal de las entidades sin fines lucrativos y de los incentivos fiscales al mecenazgo, entiende por este "la participación privada en la realización de actividades de interés general". ¿Es algo negativo? Según la Asociación Española de Fundaciones existen en nuestro país 9.000 fundaciones activas que emplean a 200.000 trabajadores, realizan actividades en ámbitos sociales, educativos, medioambientales, investigadores o culturales y gestionan 8.000 millones de euros de los que el 61,2% corresponde a donaciones o legados privados. ¿Habría que acabar con esto? Decía Quevedo que la envidia es flaca y amarilla porque muerde y no come.
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