Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
TODO hombre vive en un diálogo perpetuo con su padre, un diálogo que va mucho más allá de la muerte y que ni mucho menos es siempre placentero. Algo de esa conversación inacabada hay en el libro Manuel Hedilla, el falangista que le dijo no a Franco, escrito por Miguel Hedilla de Rojas, vástago del que fue durante apenas dos días el segundo jefe nacional de FE de las JONS antes de su unificación (manu militari) con el resto de partidos que componían el bloque nacional. En la España de Franco, Hedilla fue para muchos falangistas un símbolo de autenticidad y honradez, de oposición a un régimen que nunca sintieron como propio, pese a que le prestaron sus símbolos como acompañamiento coreográfico. La negativa de Hedilla a aceptar un altísimo cargo en la nueva estructura de poder creada por el dictador y su cuñadísimo, Ramón Serrano Súñer, le valió dos condenas de pena de muerte (ambas conmutadas) y unos amarguísimos años de prisión en Las Palmas de Gran Canaria y de destierro en Palma de Mallorca. No fue el único. Más de mil de sus camaradas sufrieron la represión del nuevo régimen por oponerse a la unificación y la tergiversación de sus ideales, un problema del que ya había advertido el propio José Antonio poco antes de morir fusilado en la cárcel de Alicante.
El libro de Miguel Hedilla de Rojas, editado por Almuzara y que se presentó en Sevilla el pasado jueves en la librería Verbo, nos muestra no solo al Hedilla heroico y mártir, al hombre que sufrió las más duras privaciones por defender unas ideas que, acertadas o no, siempre fueron bienintencionadas y profundamente comprometidas con los más desfavorecidos. Además, nos descubre al hombre en zapatillas, en la intimidad familiar, con sus amigos (Narciso Perales, Patricio González de Canales, Pancho Cossío...), mujer e hijos. También la cara más siniestra de su historia. La de las traiciones que sufrió. Es un libro con filias y fobias, como no podía ser menos en una biografía apasionada que podemos considerar, como decíamos antes, la continuación de esa larga conversación que muchos tenemos con el espectro del padre.
Hoy apenas nadie conoce a Manuel Hedilla, como tampoco se recuerda a Enrique Líster o a Juan Negrín. Sin embargo, su condición de hombre honesto y leal a sí mismo lo convierten en una figura que trasciende su ideología y su tiempo histórico para convertirlo en un ejemplo para unas nuevas generaciones acostumbradas a ver a los políticos como personas cuya palabra no vale ni una moneda de azófar.
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