¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Al cumplirse dos años de la invasión rusa de Ucrania, un aluvión de reportajes y artículos ha sido el fin de semana pasado el centro de la prensa, y, lamentablemente, es natural que aún colee el asunto. La guerra es el gran fracaso de la humanidad, la crueldad sobre la gente corriente por decisión del ataque de sátrapas, marchantes y codiciosos a cubierto; o bien por obligada defensa, como es el caso ucraniano. Visto desde el otro lado, es el gran triunfo de la maldad y la animalidad de nuestra especie. Puede que en este conflicto armado se esté dirimiendo algo más que una sola guerra entre dos países, sea esto dicho sin ningún afán de análisis militar o geopolítico: si doctores tiene la Iglesia, coroneles tiene el ejército para, ya retirados por lo general, opinar en la tele, los periódicos y la radio.
Es consustancial a los hombres armarse contra otros para luchar, y valga aquí “hombre” como genérico de humano, pero también en el sentido de género o sexo: la guerra es algo muy masculino, aunque huelga recordar que la inmensa mayoría de los varones nunca tuvo gana alguna de ser levada y destinada a una trinchera. También es ocioso recordar sin mayor empacho aquello de si vis pacem, para bellum: si quieres la paz, prepara la guerra. Demos por descontado que alguien querrá arrasarte; normalmente, un vecino. Tan consustancial al lado oscuro de nuestra alma –o de la carencia de ella– es la guerra que, por ejemplo, la más noble disciplina universitaria en gestión empresarial y en los MBA, la Estrategia, tiene una raíz etimológica griega claramente guerrera: “guiar a los ejércitos”. No tenemos remedio, dilecto John Lennon, aunque sea bonito y hasta necesario tararear Imagine de vez en cuando.
Y dentro de todo el panorama de bombardeo, ruina de los inocentes, mutilación y muerte, emerge una figura de la que –no diré que no...– cuesta escribir públicamente, esto es, da un poco de temor: Putin. ¿Está Europa haciéndose un monumental orquesta del Titanic con Rusia, a lo suyo mientras el barco se hunde, procrastinando fatalmente en la creación de una defensa común disuasoria y eficaz? ¿Acabará Putin con la Europa del vigente statu quo y, así se afirma ya, con la democracia? La portada de The Economist de esta semana lo dice todo, inquietante y siniestramente: fondo rojo salustiano; en primer plano, dos figuras: de frente, con los anteojos fijos en nuestra Europa, Putin, gélido y pérfido; de espaldas, a su lado, se identifica la melena teñida de Donald Trump. Ambos desprecian eso que damos en llamar europeísmo. Uno por activa, otro por pasiva.
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