La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Mi reino por una silla... en la Magna de Sevilla
No había forma de aislarte del asunto catalán. Tres días antes del disparate, a mi hijo lo operaron de apendicitis en el Hospital Universitario Virgen Macarena. Estábamos en la sexta, no la de Wiyoming y García Ferreras -con el que hace tantos años, mucho menos intenso, compartí algún aperitivo en la Peña Trianera-, sino en la sexta planta del hospital. Cataluña seguía en el manicomio y mandaba algunos mensajes a esa habitación por la que ya habían pasado varios niños como compañeros de vigilia de mi vástago. Un día después del pleno de la vergüenza, el primer plato para el acompañante eran habas a la catalana. Mi hijo recibía alimentación intravenosa. El suero está fabricado en Grifols, una multinacional catalana afincada en Parets del Vallès.
El Estado ha enviado a Cataluña a dos avanzadillas en son de paz. Ayer jugó el Madrid en Gerona en un remedo de los Episodios Nacionales de Pérez Galdós. Hoy lo hace el Betis en Cornellá-El Prat frente al Español de Barcelona, un equipo que con esa denominación que los secesionistas quieren convertir en oxímoron se merece un monumento. Los dos equipos no catalanes con más peñas en Cataluña, muchas más que el Manchester City. El Betis se concentraba en tiempos en Vilobí, cerca del Ampurdán, y aprovechó una visita del Palamós para celebrar el día universal del Beticismo. Recuerdo que con ocasión de una eliminatoria de Copa contra el Tarragona, fui al aeropuerto para que los jugadores estamparan sus firmas en un balón. Un regalo para mi sobrino Antonio. En la librería del aeropuerto compré en edición de bolsillo el primer volumen de las Memorias de Carlos Barral, Años de Penitencia. Un retrato maravilloso del "paisaje civil y la atmósfera moral" de la Barcelona de posguerra. Un libro cuyo manuscrito original pasó por la censura y no pudo recuperar porque años después una estudiosa de la censura franquista se lo había llevado a Costa de Marfil para hacer su tesis doctoral.
El capote y los pantalones noruegos eran los atuendos de la Victoria. A los segundos les llamaban en el resto de España bombachos y los puso de moda en versión pantalón corto de golf un compañero de clase de Barral que hoy estaría avergonzado del espectáculo que están dando algunos de sus paisanos. Se llamaba Antonio de Senillosa. Un día recorrí con él y con Chumy-Chúmez la Feria de Abril en recuerdo al catalán y el vasco que la fundaron.
También te puede interesar
Lo último