Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
Será un pecado estético, no digo que no, pero a mí el cine de Paolo Sorrentino me parece un tanto moña, aunque le reconozco uno de esos títulos de película que quedan para siempre más allá del film: La grande bellezza. Vaya manera exacta de explicar tantos momentos, tantas sensaciones, tanta mirada plena. Esa grande belleza es la que persigue un joven que anoche debió de sentir, otra vez, escalofrío, miedo y placer.
Porque eso es lo que se siente cuando se alza un telón y amanece una obra nueva, otra puesta en escena de una ópera como, en este caso, la delicia musical de Mozart, Cosi fan tutte, nueva cada vez que nuevas voces la hacen nacer, nueva cada vez que un director de escena la hace revivir con su mirada única. Javier Cercas, otro extraordinario hacedor de títulos, llamó Anatomía de un instante a sus pesquisas sobre el 23 F, pero verdaderamente el instante es exactamente un momento como el que vivió anoche Rafael R. Villalobos. El instante es la expresión máxima de la belleza efímera , esa de la que son, somos, tan sabios los sevillanos. Hernández era perito en lunas y este joven escenógrafo nacido en Sevilla, enraizado en Marchena, que iba para arquitecto, ha roto en perito de momentos de gran, efímera, belleza.
Consternada debió quedar su familia cuando, con un expediente académico más que potable, anunció en casa que dejaba la escuela de arquitectura de Sevilla y se iba a Madrid, a intentar la durísima prueba de ingreso de la temida RESAD (Real Escuela de Arte Dramático), esa que ni los muy buenos logran pasar muchas veces, y que cambiaba los planos balbucientes de una carrera seria por la dirección de escena. Sus padres debieron pensar que estaba loco o se había tomado algo más fuerte que el calimocho.
¿Qué fuerza tan poderosa arrastra a alguien a dejarse la piel y la vida en crear instantes, edificios fugaces que desaparecen en el tiempo que tarda en aletear una mariposa? Será tal vez, me digo, ése el auténtico efecto mariposa que hace que el mundo incline la balanza hacia lo hermoso, lo bueno, lo sublime. Tal vez por eso la barroquidad, esencialmente sevillana, trascienda al barroco, el estilo artístico. Quizás sea una manera de ser tan intensa como intenso es el horror vacui, el pánico al tiempo desnudo, deshabitado. Villalobos ha sido parte de ese Giraldillo de la Bienal al momento más bello de la bailaora María Moreno en su More/ No more, también el director de un Barbero de Sevilla estrenado en Montpellier en septiembre.
Arquitecto de instantes. Porque, sí: nos salva la grande y efímera belleza. Gracias mil al Teatro de la Maestranza por hacerlo posible.
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