¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
la ciudad y los días
POR carácter y experiencia tiendo a dar más valor a lo particular, lo singular y lo individual que a lo universal o general. Por eso creo que la opinión que se tenga de la Iglesia depende, en gran medida, del párroco y de la parroquia en la que se desarrolla la vida cotidiana del creyente. Y que incluso la opinión del no creyente, si es razonada y no fruto de un apriorismo generalizador o una fobia, suele también depender de ello.
Los vecinos de Santa Cruz hemos tenido la suerte de tener durante muchos años como párroco a don Pedro Ybarra Hidalgo (auxiliado por el buenazo de don Isaac Morillo) y la de tener a partir de hoy a don Eduardo Martín Clemens. Porque en la fiesta grande de nuestra parroquia, la de la Exaltación de la Santa Cruz, se despide el primero y toma posesión el segundo.
De la capacidad de diálogo, bondad y modestia personal, formación teológica y proximidad humana de don Pedro Ybarra saben cuantos lo han tratado. Su vida sacerdotal, iniciada con su ordenación en junio de 1965, seis meses antes de la clausura del Vaticano II, atraviesa los apasionantes y difíciles tiempos de la aplicación de las directrices del Concilio y de la Transición. Cura "progre" en Morón de la Frontera y Los Palacios, rector valientemente renovador del Seminario desde 1977 y párroco ejemplar de Santa Cruz desde 1987, sucediendo al recordado Juan Lemus, el mérito de don Pedro, en su madurez, fue aunar el espíritu renovador del Concilio con la recuperación de la cálida piedad tradicional que tal vez algunos habían tirado por la borda demasiado alegremente tras el Vaticano II.
Su sucesor desde hoy, Don Eduardo Martín Clemens, se ordenó en 1975, otro año significativo, ejerciendo su ministerio en Zahara de la Sierra, El Gastor y Guadix. En Sevilla ha trabajado en la Pastoral Vocacional y ha sido vicerrector del Seminario y delegado de la Pastoral Juvenil. Aunque lo que tal vez más lo haya marcado sea su largo trabajo misionero en Perú desde 1992, llegando a ser rector del seminario de Trujillo. Regresó a España como párroco de la O, delegado episcopal de la Universidad de Huelva, vicario parroquial de Santa Cruz, consiliario de los cursillos de Cristiandad y delegado diocesano de Misiones. Porque el espíritu misionero había calado en él. Tanto que, si se suele decir que las vacaciones son el tiempo de cargar las pilas, él las aprovecha para volver cada verano a Perú, encabezando un grupo de jóvenes voluntarios sevillanos, para dedicarse a la infancia abandonada.
Suerte que tiene esta blanca, serena y hermosa parroquia que Perico y Eduardo me han hecho sentir tan mía.
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