Gordillo, el catedrático

La mudanza de los jesuitas del Centro al Portaceli nos priva de los gratos encuentros con un maestro del Derecho Civil

La derrota de Sevilla

¡Todos quietos!

Antonio Gordillo Cañas.
Antonio Gordillo Cañas. / M. G.

11 de junio 2024 - 04:00

De vez en cuando nos cruzábamos por alguna calle del centro que nos une, pero hemos dejado de encontrarnos desde que la Compañía de Jesús abandonó la histórica sede con fachadas a Trajano y Jesús del Gran Poder. Los jesuitas que residían en el casco histórico se fueron al Colegio Portaceli, en Nervión. Todo cambia, evoluciona, nada es fijo. Era un gusto departir unos instantes con el catedrático don Antonio Gordillo Cañas (Sevilla, 1942), el maestro de Derecho Civil de tantas generaciones de alumnos de la Universidad de Sevilla. Exigente como solo pueden serlo los buenos profesores, que al fin son los que se recuerdan toda la vida porque sacaron nuestra mejor versión. Los blandengues de los exámenes tipo test pasan rápido al altillo de la memoria. Don Antonio siempre ha expuesto que los buenos discípulos se defienden en los exámenes como los calamares: con ríos de tinta. Solo así se evalúa si el estudiante domina la materia y si tiene capacidad de relacionar, reflexionar y exponer las diversas teorías de los diferentes maestros, incluida la suya, que siempre nos aportaba en sus clases con un “a mi juicio”, luego de haber ofrecido los puntos de vista de reconocidos maestros sobre la materia (Castán, Federico de Castro, Díaz Cañabate, Uría...). No cabía mayor ejemplo de clase magistral, excelencia y verdadero catedrático. De su magisterio salieron enamorados del Derecho Civil y, sobre todo, miles de alumnos que recuerdan su seriedad, nunca reñida con la cordialidad y el afecto; un sentido del humor al alcance de finos observadores, y por supuesto su sentido de la disciplina.

Veterano hermano del Silencio, le gustaba pasar lista y que algunos alumnos contestaran como se hace cada Madrugada en San Antonio Abad: “¡Está!”. Fiel acompañante del Santísimo Sacramento cada Jueves de Corpus, hábito blanco, libro de oraciones, leve inclinación de un saludo casi imperceptible porque ya se sabe que todo sobra cuando se va con Su Divina Majestad. Qué poquitos catedráticos van quedando de trabajo discreto, investigación, creación de escuela, capacidad para que sus alumnos se apasionen con una materia e incluso dediquen su vida a ella. Alguno estuvo a punto de seguir su consejo y dejar el periodismo a tiempo para dedicarse al Derecho Civil, pero el destino lo impidió. El tiempo es juez supremo. Y don Antonio, como de costumbre, tenía razón. Como ya no lo veo por las calles del Centro, le envío mi gratitud pública por tantas enseñanzas, tanto ejemplo y tantos frutos. Gordillo, el jesuita, el catedrático, el maestro que aumenta su prestigio con el paso del tiempo. Un profesor digno de admiración en una sociedad ya con pocos maestros.

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