La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
UNA virtud del buen paseante de Sevilla es fijarse en las cosas que siempre están ahí, que forman parte de nuestra vida cotidiana como la cómoda del pasillo o el velador del salón, o como la vajilla de Navidad que siempre aguarda su turno en la vitrina. Hay casas con fachadas modernistas que pasan desapercibidas en las calles Pastor y Landero o Alfonso XII, pavimentos de losas de Tarifa como el del atrio de San Antonio Abad, preciosos y finos azulejos como el de la Amargura en la plaza de San Juan de la Palma o tornos de conventos por donde se expiden dulces con derecho a visita al patio como en los monasterios de Madre de Dios o San Leandro. Siempre están ahí, pero no nos fijamos hasta que alguien nos hace valorar esa tercera planta que nos sorprende tan arriba, esa vista inédita desde esa azotea, ese zaguán marcado por la frescura y presidido por la imagen del Señor, esa inscripción en plena calle por la que habremos pasado cientos de veces pero hasta hoy no habíamos reparado en su significado. De vez cuando hay que mirar la Giralda y observar a la guardiana mayor de la ciudad. La veleta se mueve poco, flojea, está lenta, parece oxidada, se le ven los poros a la mínima oportunidad que se tenga de mirarla cara a cara (que es la primera, ria pitá). La Giganta está perezosa, como si le pasaran más de la cuenta los diecinueve años que lleva en lo alto del alminar desde la restauración.
¿Tendrían razón quienes defendieron que la copia realizada por el escultor José Antonio Márquez (1937-2024) debió quedarse arriba definitivamente? Ahora nos preguntamos si aquella restauración practicada en el Instituto Andaluz de Patrimonio mereció la pena y si verdaderamente fue un éxito. El Giraldillo se desplaza poco. ¿O es que no soplan con suficiente fuerza los vientos de Sevilla? Tal vez la veleta sea más que nunca el icono de la ciudad indolente que sigue impasiva la evolución de un centro convertido en parque temático, la metáfora precisa de la mentalidad acomodada de una ciudadanía que tiene claro que es más rentable quedarse quieta, en silencio y estática. ¿Para qué señalarse con los vientos? No se mueve el Giraldillo como debiera. Seguro que el Cabildo Catedral que ahora maneja Francisco Román con buen criterio incluye la veleta en los escaneos oportunos para conocer con rigor su estado de conservación y su grado de funcionamiento. El Giraldillo requiere su particular ITV. La revisión practicada en enero de 2012 apuntó a la necesidad de frenar la oxidación que afectaba ya a la parte superior del vástago interior, que hace a las veces de esqueleto de la Giganta. En 2024 sufre una parálisis evidente. Al tiempo.
También te puede interesar
Lo último
Solas | Crítica de danza
Carne fresca para la red
Orquesta Bética de Cámara. Concierto 1 | Crítica
El regreso de Turina a Sevilla