La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
Enel vértice Este del segmento superior del rectángulo llamado Portugal confluyen tres territorios y, como sucede con los hermanos, son muy distintos. Uno es Orense, provincia gallega donde se llega a dar una temperatura tan tórrida que haría pifiar a un concursante de Saber y Ganar. Otro es portugués, llamado de forma orográfica y sonora Trás-Os-Montes, sobre el cual escribió un libro de viaje Julio Llamazares -dicen que magistral-, que lleva esperando en alguna balda desde que lo compré en 1998, cuando se publicó. El tercer territorio de esta frontera geográfica y triangular que ahora bordeo y penetro a pie entre trochas, olmos cubiertos de musgo, lindes de piedra en citara, vacas recelosas, cortafuegos, manantiales que borbotean a cada poco, molinos aerostáticos y faraónicas obras de ferrocarril se llama Sanabria -Alta Sanabria, en este caso-, provincia de Zamora, una comarca a la que vine -aquí no se usa el pretérito perfecto- por tener unos días y porque es de por aquí un compañero de páginas y de colores, cuya voz se ha ido. Ismael era tan de aquí como lo era de Umbrete y del barrio de La Alfalfa en Sevilla. Otro triángulo. Uno escaleno, conformado sin otras reglas que el azar y la necesidad: el tiempo vivido con calma en los sitios queridos. Y qué reglas son ésas. Y quién quiere ángulos rectos ni lados iguales para gozar la existencia.
Al llegar a Lubián, un poblado zamorano, en el bar sito en el bajo de una pensión de 25 euros, un paisano bien beodo se me declara gallego: "Aquí somos de Galicia, no de Castilla; otra cosa es León... que tampoco es Castilla... y también somos bastante portugueses... aunque esos son...". Qué falta de contento y cuánto esguince de nuca mirándose el ombligo por ser alguien, alguien distinto de otros álguienes. Todo este afán identitario en el que los españoles somos campeones -para pasmo de ajenos- es parecido a las relaciones animales en la sabana africana o en Transilvania: cuanto más veo La 2 -hasta que abro la boca y cierro los ojos-, más entiendo la esencia de los pajarracos nacionalistas: vestido de divino casual como Pep Guardiola -tan listo, tan abanderado-, al paso encima de su Babieca como Abascal, o vestido de pana y con tres dientes por reponer. Un mantenedor de montes que iba y venía desde su pueblo en Portugal me llevó unos kilómetros en su Berlingo. Apreciaba lo suyo y lo de los espanhóis. Nada de pajas mentales de terruño. ¿Qué nos pasa aquí? ¿Por qué tendemos a desarticular triángulos, en vez de hacer vivible la cercanía, incluida la cercanía al propio interior de uno?
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