La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
La degradación de la vida pública es un hecho palmario. Es una lacra, una suerte de bomba racimo que afecta a muchas y muy variadas parcelas. Todo se ha relajado con intensidad manifiesta. Un andaluz de cincuenta años estudia ahora el Grado de Medicina en los ratos libres que le deja su ocupación profesional, para que la ya cursó la licenciatura de Economía cuando era un entusiasta veinteañero. “Entonces leíamos a Umberto Eco, ahora veo que mis compañeros de promoción leen a Harry Potter. Y esos son los que, al menos, leen”. A muchos opositores de hoy hay que animarlos como si fueran ciclistas escalando el Tourmalet. La llaman la generación de cristal, pero más bien es una sociedad de cristal. Cada vez se exigen menos méritos y más habilidades. Más poder de pegar zascas que discursos y análisis reflexivos. Hay que bajar el nivel para determinadas profesiones porque se corre el riesgo de quedarnos sin candidatos. Ni hay maestros en las universidades, ni se aprecian ya esos camareros señoriales (que no malajes) que infundían respeto, ni de hecho se respeta la edad, ni los aviones y hoteles son lo que fueron. Que el mostrenco de Oscar Puente sea ministro da una idea de la degradación de un partido que tuvo entre sus filas a reconocidos intelectuales. Que un vicepresidente del Gobierna despidiera a un diputado de una comisión parlamentaria con un “cierre al salir” demuestra esta degradación.
En España no se habla de usted a casi nadie, ni siquiera en muchas entrevistas radiofónicas donde el entrevistador pregunta al protagonista: “¿Te puedo tutear, verdad?”. Cada día vemos clientes que colocan las piernas encima de un asiento donde, tal vez, se quiera usted sentar un rato después. En el vagón del AVE vemos a famosos y no tan famosos que se descalzan con la mayor naturalidad. Nadie baja la mochila al entrar en una estancia, porque nadie piensa que pueda molestar con ella al prójimo. El prójimo, já, ese gran desconocido. Nos hemos vuelto tan previsores y defensivos que el varón se lo piensa dos veces antes de ceder el paso a una señora, o no nos agachamos a recoger el objeto que se le ha caído a una persona mayor. Vivimos con celeridad y también con desconfianza. Tal vez ocurra que ahora están en los principales puestos aquellos que fueron criados con las comodidades que sus padres no tuvieron. De la generación del sacrificio a la de la zona del confort. Ni los sindicalistas o hermanos mayores de santas cofradías son del nivel de hace treinta años. Vivimos mejor, pero somos peores. Harry Potter no está tan mal.
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