¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
En los Consejos de Ministros, como en cualquier otro ecosistema, hay animales fuertes y débiles. Alberto Garzón, por decirlo de alguna manera, es el ñu viejo, la gacelilla huérfana, la cebra de poca sesera; uno de esos animales carne de depredador que suelen acabar en las fauces de alguna fiera cuyo imperativo biológico es limpiar el campo de elementos inútiles. Así es la naturaleza, un poco nazi. También la política. Como dice Thatcher en un capítulo de The Crown, cuando se niega a firmar una condena a la Suráfrica del apartheid junto a un buen número de tiranuelos multiculturales de la Commonwealth: "Si no tienes instintos asesinos, no sirves para primer ministro".
Por su falta de inteligencia política, de preparación técnica y de arrojo, podemos decir que Garzón ya estaría muerto en un ecosistema salvaje. Su papel en la tragicomedia nacional no sería otro que el de sucumbir ante los lobos (los adversarios políticos, sus compañeros, la prensa, los poderes fácticos…). Si esto no ha ocurrido ya es, sencillamente, por el complicadísimo juego de pactos que mantienen al Ejecutivo de Pedro Sánchez, quien mostró de forma cruel (y vil) su desprecio por el ministro de Consumo en la famosa polémica del chuletón. Sánchez sí que tiene ese "instinto asesino" del que hablaba la Dama de Hierro.
Son muchas las garzonadas que hemos escuchado. Nuestro hombre, como tantos políticos de hoy, es un sectario encerrado en la jaula de sus prejuicios ideológicos y todo lo mira siempre con el filtro de lo correcto y lo incorrecto. Es verdad que existe un problema con la producción masiva de carne, pero es también cierto que esas granjas industriales que tanto critica (y que evidentemente son perjudiciales al medio ambiente) son las que permiten alimentar a precios asequibles a unas legiones humanas que antes eran famélicas y hoy tienen problemas de obesidad. Lo que nos quiere decir Garzón es algo que ya sabemos: que el jamón ibérico está mejor que las salchichas de Oscar Mayer, y que las dehesas de Sierra Morena son más sostenibles que las siniestras y malolientes factorías cárnicas. A todos nos gustaría comer a diario ricos chuletones de Los Pedroches o finas lonchas de cinco jotas, pero el bolsillo da para lo que da, y a veces hay que tirar de Campofrío. Otra solución es volver a los tiempos pasados de don Alonso Quijano, en los que "una olla de algo más de vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos" consumían las tres partes de la hacienda de un hidalgo con dinero suficiente para comprar novelas de caballería. Imagínese la de un pobre labriego.
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