La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
Arrostramos una triste situación que se hace pura desazón con sólo pensar que vayamos a quedarnos fuera del Mundial. Hoy toca dar el primer paso hacia una meta que sería inalcanzable si los suecos no tropiezan el martes en Grecia. Un paso que no debería presentar dificultades de ningún tipo, pero que ya en la ida hubimos de sufrir lo indecible para sacar adelante el pleito con Georgia, sólo resuelto por Dani Olmo en el alargue.
Aquel partido de Tbilisi debió hacernos comprender que no se puede subestimar a nadie, pues el más lerdo en el fútbol de hogaño es capaz de hacer un reloj que, además, dé la hora. Decididamente, esta fase de grupos se ha presentado como a contraestilo. Ya el comienzo en Granada supuso un inesperado tropiezo mediante un penalti estúpido de Íñigo Martínez. Fue zurrapa lo que trajo el primer taponazo y de aquellos polvos vienen los lodos que se espesaron en Solna.
Escribir por delante de un España-Georgia no da para mucho. En una normal normalidad no debería pasar de uno de esos trámites que depara cualquier calendario, pero es que en esta ocasión llega con el adobo de las tribulaciones que padece la tropa de Luis Enrique. De ganar hoy recuperaríamos la primera plaza, pero una plaza totalmente engañosa por la sencilla razón de que los escandinavos han jugado un partido menos sin que se hayan equivocado nunca.
La muy cruda realidad nos dice que lo más probable es que España tenga que jugarse la plaza catarí en una repesca que se antoja demoníaca, con sólo tres plazas para doce selecciones. Y eso nos retrotraería a cuando España se quedaba fuera de dos Mundiales consecutivos, en México 70 y Alemania 74, de donde nos limpiaron en un desempate con Yugoslavia en Fráncfort mediante una volea de Katalinski a quemarropa que batió a Iríbar. Ganemos hoy a Georgia y recemos.
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