La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Mi reino por una silla... en la Magna de Sevilla
la ciudad y los días
HAY muchas medidas que tomar contra ese mal -no derecho- que es el aborto, traumático para la mujer que tenga principios éticos o simplemente sensibilidad hacia ese otro que crece en su interior en absoluta dependencia de ella (porque, al igual que entre los hombres, las hay que carecen de ética y sensibilidad), y letal para el no nacido al que se da muerte (porque podrá discutirse si se trata de un homicidio o no, pero habrá que convenir siquiera que se mata al feto).
Desde la lucha por la educación sexual -lo que incluye la prevención pero también la responsabilidad: los actos tienen consecuencias- hasta las medidas laborales y sociales que no penalicen el embarazo o hagan la maternidad incompatible con la vida profesional.
Apostar decididamente por estas medidas no excluye estar en contra del aborto libre. La maternidad responsablemente elegida, la libertad e igualdad sexual que procuran los medios contraceptivos o que las condiciones laborales y la falta de ayudas no marginen a las madres trabajadoras sí son derechos de la mujer. El aborto libre, no. Es una solución traumática y letal a una situación que es posible evitar o hay que asumir: prevención y responsabilidad.
Por eso estoy de acuerdo con las palabras que le han valido a Gallardón ser linchado verbal y mediáticamente: "muchas mujeres ven violentado su derecho a ser madres por la presión que generan a su alrededor determinadas estructuras". Las presiones para elegir el aborto como solución las conocemos todos. También podríamos llamarles inducciones ambientales: ese estado de opinión generalizado que impregna la conciencia hasta adormecerla, haciendo parecer normal lo monstruoso.
"Pero este señor, ¿en qué mundo vive?", se preguntaba Rubalcaba tras las palabras de Gallardón. Pues mire usted, vive en el mundo que Pasolini supo ver ya en 1975: "La legalización del aborto es la legalización del homicidio. Que la vida es sagrada es obvio: es un principio aún más fuerte que cualquier principio democrático. El aborto legalizado es una enorme comodidad para la mayoría […] deseada por el poder del consumo, el nuevo fascismo, que se ha apoderado de las exigencias liberales y progresistas, cambiándoles su naturaleza. A este poder no le interesa una pareja creadora de prole (proletaria) sino consumidora. Por ello hay que luchar, antes que nada, contra la falsa tolerancia del nuevo poder totalitario del consumo".
En este mundo vivimos todos, señor Rubalcaba. Probablemente sin haber leído a Pasolini, y desde sus antípodas ideológicas, Gallardón coincidió en la denuncia de la presión estructural que induce al aborto.
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