Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
Cuaderno de campaña
E L refrán, ese hijo bastardo de la gramática parda, la verdadera sabiduría vital, sostiene que cuando una puerta se cierra otra se abre. Debería ser así. Lo malo es cuando lo que se nos ofrece no es una puerta abierta, sino una ventana. De entrada la situación podría parecer lírica. En realidad es siniestra: hay ventanas que se abren no para que tomemos el aire, sino para invitarnos directamente a saltar al vacío. Chau.
Ayer Bruselas hizo algo así: nos advirtió, como Casandra, que no vamos a cumplir nuestra promesa de reducir el déficit público. La tragedia hispánica, el duelo patriótico que no cesa, continuará durante al menos dos largos años más, dependiendo de las circunstancias y de lo bien que hagamos los deberes. Estamos clavados en la acera de la recesión, de la que no hemos salido. Indefensos ante lo que se nos viene encima -las reformas lo llaman- y sin pistas sobre qué hacer. El desempleo seguirá creciendo hasta 2013. Habrá que ver si entonces lo que hoy llamamos trabajo sigue teniendo el mismo nombre. O si en dos años aún queda algo en pie de España.
Esta crisis es como una bomba atómica. El preludio de la dura lluvia a la que Dylan dedicó una de sus canciones más oníricas. Rubalcaba habló ayer del uranio. "Al PP le gustan las centrales nucleares; a nosotros el viento y el sol, que son gratis", sentenció. El mensaje quedó muy sostenible. Sobre todo dicho en Mô (Menorca). Es de suponer que el aspirante socialista -que sigue teniéndolo todo en contra- se habría desayunado una ensaimada natural. Un placer orgánico.
El sentido del hedonismo de Rajoy, en cambio, es distinto. A él le gustan otros vicios más complejos. Los habanos. Quizás por eso insinuó (a la manera gallega; puede que sí, puede que no) que quizás, acaso, habría que cambiar la estricta ley antitabaco, la norma que ha convertido las calles de las ciudades en abrevaderos improvisados. La idea es retornar al modelo anterior. Los fumadores en un sitio. Los no fumadores en otro. En los bares la propuesta tiene miles de seguidores, empezando por los dueños: sus negocios languidecen sin el humo. La cosa pues consiste en elegir la forma de morir. Bruselas nos va a matar de golpe. Rajoy, tras su vindicación de la fumata, al menos nos dejará morir despacio.
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