Fin del verano

Cuesta pensar que en apenas unas horas volveremos a estar mirándole de nuevo a los ojos al dinosaurio catalán

31 de agosto 2018 - 02:32

Despedimos el verano a lo grande: amodorrado por los vinos de Barros, leyendo a Baroja y deambulando por caminos polvorientos en la atardecida. Sólo ahora se ven los primeros remolques cargados con uvas llegando a las cooperativas. Los fríos de junio han retrasado unos veinte días la cosecha de Baco, según nos indican los entendidos en la materia, que son legión en estas tierras de la antigua Beturia romana, donde la vista se pierde en un océano de pámpanos, sólo interrumpido de vez en cuando por algún arrecife de olivos o un haza amarillenta de rastrojos. Los vinos de Villafranca de los Barros (antiguamente del Maestre para recordar sus orígenes santiaguistas) son una clara muestra de esa revolución enológica que ha experimentado España en las últimas décadas: buena tradición vinatera unida a una inteligente apertura a las nuevas técnicas y gustos del mercado. Bravos y viriles vinazos de garrafa se unen a nuevos y acertados ensayos pensados para bebedores tiquismiquis, de esos que beben más con las meninges y la cartera que con el gaznate. Como ejemplo de bodega cool (cultivos biodinámicos, vendimia nocturna, gravedad directa, etc…) por estas tierras del Matachel tenemos a la afrancesada Pagos de la Encomienda, mediano, entusiasta e innovador negocio familiar. Pero es en las cooperativas agrarias donde este plumilla rebusca caldos novedosos, siempre bien aleccionado por su amigo Joaquín Moraga, librero generoso de alma y bolsa. Si el pasado año el vino que se impuso fue el Viña Canchal blanco realizado por la cooperativa San José con uva pardina (la que por Castilla llaman albillo), este año el ganador ha sido el Valdequemao blanco a base de uva macabeo (viura en tierras de la Rioja), joya de la corona de la cooperativa San Isidro.

Cuesta pensar que en apenas unas horas volveremos a estar mirándole de nuevo a los ojos al dinosaurio catalán, analizando las ocurrencias de Sánchez, destripando encuestas demoscópicas o echándonos las manos a la cabeza con las ocurrencias de Casado. Sirva este elogio de aldea y vituperio de corte como simple divertimento y desahogo mientras miramos los últimos crepúsculos en la llanada de Barros. Al fondo, la Sierra de Hornachos adquiere un gris lunar antes de desaparecer en la noche, y el campo, como le ocurría al mar en el poema de García Calvo, "de púrpura se agría". En la ermita de La Coronada tocan a muerto. No hay duda, definitivamente es el final del verano.

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