La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La 'mafia' consentida y conocida
Primera mañana de sábado sin su columna en El País, pero esa mezquina maniobra que cuando se efectúa en otras direcciones y patíbulos no dudamos en calificar de censura no iba a impedir a un buen lector –como lo es el que va por libre– disfrutar de su admirado Fernando Savater.
Desde mis tiempos de pipiolo universitario sufrí –y no precisamente en silencio– que me afearan esa lectura predilecta: sus por entonces muy jóvenes lectores estábamos, ahora lo entendemos, en la fachosfera, por más que el escritor, verdadero maestro de ceremonias, nos hubiera conducido entre otros hasta Camus, Santayana o Stevenson. Recuerdo, por ejemplo, a un compañero de aula cuando vio que para el número cero de Pan (una de aquellas revistas universitarias que menudeaban por entonces) mi comilitón Juanjo Tejero y yo habíamos recibido la generosa contribución de Savater, Azúa o García Calvo, entre otros. Recuerdo su reacción: “¿Savater? ¡Pero si es una vedette de la filosofía!”. Sonreí como lo hago ahora, seguro de que no habría disgustado al autor de Contra las patrias el eslogan aquel. Para más inri, durante la presentación de la revista, en la que nos propusimos brindar con vino tinto con todo aquel incauto que se acercara a aquel patio de la Fábrica de Tabacos donde podías comprarla por cien pesetas, dos mastuerzos rapados nos increparon, con indisimulado desprecio: “¿¡Azúa!? ¿¡Savater?! ¡Sois unos antietarras!”. La escena, gracias sin duda al vino y a los Monty Python, provocó nuevas carcajadas a mi amigo, brillante helenista, y a mí.
Cada vez que he tenido la oportunidad de discutir con algún anti-savateriano, me he permitido hacer la ominosa pregunta: “¿Pero tú lo has leído?”. “No”. Si acaso, unas pocas líneas en el que fuera por medio siglo su periódico, ha sido la respuesta en los mejores casos. Aunque sólo sea para ventilar esa cáscara mediática, cumplan estas líneas el noble propósito de recomendar una primera lectura a los no iniciados. Por ejemplo, ésta que escogí para amenizar el primer café del sábado pasado, con Savater todavía pero ya sin El País: La obstinación de Filoctetes, capítulo de su magnífico Humanismo impenitente (Anagrama). Escojo ésta entre tantas obras como atesoro de él porque nos sirve para trazar la analogía, siquiera imperfecta, con el héroe sofocleo cuya historia se resume así: Filoctetes es mordido por una bicha (!), instrumento de la venganza divina, y el hedor insufrible de la herida infectada y sus febriles lamentos llevan a sus compañeros aqueos a abandonarlo en una isla; más tarde habrán de volver a por este Robinsón griego, pues el oráculo ha sentenciado que los aqueos sólo ganarían la guerra de Troya con el arco y las flechas de Heracles, ¿y quién había recibido ese don sino Filoctetes?
Como en las tramas más excelsas de la tragedia ática, la despedida de Savater se veía venir. También la compañía de Azúa. Tozudos, sin duda, como Filoctetes o Camus cuando escribe a su amigo alemán: “La lucha que mantenemos posee la certeza de la victoria porque tiene la obstinación de las primaveras”.
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