¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Este no es un domingo cualquiera. Hoy es un día en el que suceden varios fenómenos singulares. Los condominios urbanos y barrios enteros están vacíos, y algunos gatos son los únicos habitantes de sus casas. El ruido de las ciudades se ha trasladado con su gente a destinos de vacaciones. Donde se convive con personas no habituales, y las agendas echan humo y los planes de comida cobran gran importancia. El día quince de agosto constituye el principio del fin, dicho sea sin ánimo de dramatizar: como se dice con poco rigor geométrico, el 15 de agosto es un punto de inflexión de las vacaciones, que enfilan su última quincena: la predepresión postvacacional se larva. Algunos comienzan hoy su holganza, cierto, y otros la terminan, estirando las últimas horas antes de volver al trabajo, aliviados apenas por el puente que construimos cada año empalmando con mañana lunes, festivo. El eterno retorno de las estaciones y sus costumbres está jalonado por este domingo de canícula.
La Liga comenzó el viernes, sin ir más lejos: otro hito notorio del devenir inexorable de los días. Las ciudades están salpicadas de obras; el aparcamiento playero es escaso a más no poder, los mercados de abasto son nuevos templos paganos: no falta allí ni dios. Unos que vienen y otros que se van. La vida sigue más o menos igual, sugestionados por el color carmesí en los mapas del tiempo: el parte meteorológico, junto con el recibo de la luz y el pánico a pulsar el On del mando del split y el inverter son los vigentes opios del pueblo. Por delante de la Liga y todo, diría.
Aunque lo bautizaron así los italianos, todos hoy somos ferragosto, palabra que significa "ferias de Augusto", o sea, vacaciones del emperador de aquel nombre, y allí es fiesta nacional y se le guarda una extraña devoción y está en boca de todos, cuando la mayoría estará de vacaciones la semana entrante, igual que la que hoy termina: rituales de temporada, a falta de las romerías de pueblo, suspendidas por el virus. En la deliciosa Vacaciones de Ferragosto, Gianni Di Gregorio -también director- interpreta a un cincuentón parado y algo bebedor que se ve forzado -sin mayor pena por su parte- a cuidar de unos ancianos en estos días de vaciamiento de los lugares diarios (y estallido de costuras de los no habituales). La soledad de las plazas y viales tiene su trasunto en el alma de ancianos aparcados en el espacio y el tiempo, y también en las de las personas desafortunadas que deambulan por la ciudad, que se hacen más visibles ahora. A cada uno, suerte en lo suyo.
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