Feliz Roldana

Bonita tarjeta navideña ha sido ésta del Museo de Bellas Artes en un año tan necesitado de gestos

24 de diciembre 2020 - 02:31

Como la Astarté del Arqueológico, el Nacimiento de la Roldana despierta la admiración por lo pequeño y hermoso. Las cuatro imágenes -la Sagrada Familia más un paje negro- se exponen estos días en el Museo de Bellas Artes, en una sencilla urna de cristal, con la iluminación exacta y sin esas falsas geologías construidas con corchos de Sierra Morena y pliegues de damasco que suelen ser el paisaje de los belenes más antiguos. Nada distrae de la contemplación de unas figurillas en las que la imaginera sevillana volcó todo tipo de conocimientos, mañas y afectos, y que nos transportan a dos mundos y a dos tiempos lejanos entre sí, pero unidos íntimamente por una fe: la Judea del año cero y la Sevilla de finales del XVII. Por las poses amorosas de María y José y la sonriente majestad del Niño Dios, diríamos que en estas esculturas se trasluce algo de lo que los románticos llamaban el eterno femenino, pero tememos ser acusados de algún tipo de violencia patriarcal y nos callamos. Sí diremos, sin embargo, que la figura que más nos llama la atención es ese secundario paje negro que nos remite a aquella Nueva Roma en la que confluían Europa, África, América y el Oriente. También al brumoso asunto de la esclavitud en la ciudad, tantas veces ocultado pese a que la población subsahariana, como se dice ahora, llegó a ser abundosa y dejó huellas en nuestra geografía física, literaria y humana que no son difíciles de rastrear. Este muchacho de la ignota Guinea es un verso suelto que debió pertenecer al séquito del rey Baltasar que, junto a los otros tres Reyes Magos, componía la cabalgata hoy guardada en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Ha leído bien, "otros tres Reyes Magos", porque Luisa Roldán tuvo la osadía de esculpir un evangelio apócrifo al incorporar a un cuarto monarca, el rey de Tharsis, tan querido para nuestras ensoñaciones andaluzas.

Aunque el Nacimiento fue tallado tras la epidemia de 1649, cuando ya Sevilla había iniciado su decadencia, en las vestiduras de las figuras -bellísimas gracias al estofado realizado por el cuñado de la imaginera, Tomás de los Arcos- aún se rastrea la fabulosa riqueza de aquel emporio portuario de la que nos queda, como al don Guido machadiano, el amor a los alamares y a las sedas y a los oros. Sevilla, ciudad de priostes, es uno de los pocos lugares del mundo en el que los bordadores salen en los titulares de prensa y los hombres hablan con naturalidad de un manto de tisú color salmón.

Bonita tarjeta navideña ha sido esta del Museo en un año tan necesitado de gestos. Las gracias se las damos, además de a la pinacoteca, a Alfonso Pleguezuelo, alentador de la exposición y rastreador insomne de La Roldana, y a los afortunados propietarios que han tenido a bien compartir un tesorillo que merece una visita al Convento de la Merced. Y a todos, Feliz Navidad.

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