Cuarto de muestras
Carmen Oteo
La herida milagrosa
El ministro de Justicia nos toma por bobos. No nos respeta. El notario mayor del Reino se felicita a sí mismo en público por la Ley de Amnistía. El tipo es de los que lanza una petalada de claveles con júbilo y da un paso al frente sin complejos ni sentido del ridículo para que las flores homenajeen su portentosa cabeza y sus robustos hombros. Es un monstruo, una lumbrera de la política española, un digno legatario de Castelar, un experto cirujano de la oratoria, un certero jugador de los dardos que siempre clava en el centro de la diana. Los españoles no sabemos el pedazo de ministro que vela por nosotros. Ve lo que nadie con un mínimo de vergüenza es capaz de vislumbrar, aprecia reconciliación donde hay descaro y amenaza, anuncia la calma donde anida el conflicto, presume de altura de miras donde apestan los espurios intereses y se jacta de tener sentido del Estado cuando erosiona sus cimientos al mismo tiempo. Este hombre sorbe y sopla a la vez. No está suficientemente valorado. Su cociente intelectual está muy por encima de la media. Con una mano porta la cartera de Justicia de piel de Loewe y con la otra quebranta la separación de poderes al convertir las sentencias en papel mojado. Pero la culpa es nuestra. No sabemos lo que tenemos , no alcanzamos a ponderar suficientemente a una persona tan segura.
Un individuo que se felicita a sí mismo no se encuentra todos los días, es una suerte de brillante con el máximo grado de pureza, de esmeralda colombiana, de vellocino de oro. Nosotros, torpes ciudadanos necesitados de tutela, vemos a los separatistas exigir ya un referéndum en Cataluña, pero él se felicita porque la futura ley garantizará la concordia y, además, logrará que “retorne a la política lo que nunca debió salir de la política”, que es el planteamiento más majadero que se ha oído en los últimos veinticinco años. Hay que tener el rostro duro como la pata de un paso para ser tan desahogado ante las cámaras. Bolaños tiene pocos cargos para tanta valía. Ser ministro de Justicia, Presidencia y de Relaciones con las Cortes es muy poco para su perfil. El presidente del Gobierno ha sido cicatero con este verdadero icono de la política del siglo XXI, considerado el Cicerón de Ferraz, el vicario del sanchismo en la tierra (puesto que su jefe habita en el paraíso de la Moncloa), el paladín de una progresía de vanguardia. Debió darle tres o cuatro carteras más y algún alto comisionado, como esos grandes prohombres del franquismo que presidían diputaciones y cajas de ahorros, llevaban sus negocios particulares y dirigían periódicos al mismo tiempo. Bolaños está desaprovechado como una caoba sin pulir.
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